Esta entrada es una reseña del libro Una fábula del arte moderno de Dore Ashton, una renombrada crítica de arte e investigadora norteamericana. Dore Ashton hace un magnífico análisis de la influencia de la creación literaria de Balzac en el arte moderno y en artistas icónicos del siglo XIX y primera mitad del XX.
El libro de Dore ashton es un ensayo crítico y se llama Una Fábula del Arte Moderno porque evidencia el vasto legado de la novela de Balzac La obra de arte desconocida sobre las posteriores vanguardias artisticas. También porque revela correspondencias creativas, filosóficas y pasionales entre figuras como Rilke, Rodin y Cézanne, en relación al drama que ocurre en la novela de Balzac.
{Esta reseña fue publicada originalmente en la Gaceta del Fondo de Cultura Económica No 10 – Junio de 2004, aunque aquí he corregido algunas frases. Una fábula del arte moderno, Dore Ashton. COLECCIÓN NOEMA. Madrid, FCE – Turner, 2001 . 257 pp.}
Hacia 1837 Honoré de Balzac escribió La Obra Maestra Desconocida, también llamada La Obra de Arte Desconocida, una novela corta perteneciente a sus “obras filosóficas”, tal y como él lo había afirmado. Balzac, al igual que otros artistas franceses conmovidos internamente por el pensamiento romántico (como Delacroix y Gautier), respondieron críticamente a una ordenanza reguladora denominada juste-milieu, impuesta sobre la producción artística durante el reinado de Luis Felipe en Francia. Un ejemplo de tal respuesta es La Obra Maestra Desconocida de Balzac, una verdadera “fábula del arte moderno”. En ella, los instintos desbordados, la creación ansiosa, la intuición liberada y el abandono de las reglas académicas, connotan una reacción frente a la nueva racionalidad en el arte. Balzac meditaba profundamente en la cuestión de la genialidad, expuesta en sus obras, y bien recibidas por sus lectores artistas.
La obra Maestra Desconocida transcurre en el año 1612 y sus principales personajes son tres pintores; los dos menores son pintores históricos (Poussin y Porbus) al servicio de Enrique IV, y el mayor, un maestro llamado Frenhofer y quien es el nodo de la creación balzaciana. Frenhofer es convencido por los dos anteriores para que les enseñe su celada obra secreta, la consagración de su genio y máxima creación, La Belle Noiseuse. Cuando la presenta, los dos pintores más jóvenes, expectantes y luego desilusionados, no ven sino un “amasijo de colores, prisioneros en una multitud de extrañas líneas que forman un muro de pintura”. Expresan así su defraudación y el viejo maestro se tilda de idiota y de lunático. En la noche, Frenhofer muere en un incendio tras quemar todos sus cuadros en su propia cosa.
Cuál es la Fábula del arte moderno y por qué?
El punto más interesante en el que profundiza el ensayo de Dora Ashton es la relación entre el personaje central de Balzac, Frenhofer, y el pensamiento y perfil artístico de grandes creadores de finales del siglo XIX y principios del XX. Principalmente, ella ha tomado a Cézanne, Rilke, Picasso y Schoenberg, como una muestra de los máximos exponentes del arte moderno, y así ha escrito los capítulos de su libro (una publicación rica en fotografías que ilustran la época y los personajes considerados).
Frenhofer, el genio al margen de las corrientes mayoritarias, incomprendido, proyecta su sombra sobre el pensamiento moderno y en él se reflejan las turbulencias de los círculos artísticos del París del siglo XIX; pero más allá del contexto, Balzac representó en Frenhofer las características dominantes del espíritu creador, explícitas en las propias afirmaciones de personajes como Cézanne: es el caso de Emile Bernard recordando una experiencia con el genio de Aix, cuando éste último se presentó a sí mismo, una tarde en la mesa, un poco turbado, ¡como Frenhofer! encarnando el personaje y parafraseando sus monólogos.
Una serie de cualidades, de excepcionalidades, de virtudes esenciales del “verdadero artista” en busca de su obra maestra, son los ejes desde los cuales Dore Ashton compara a Frenhofer con los máximos representantes del arte moderno. De esta forma, es Cézanne el primero de ellos en dar cuenta de la fábula. La Obra Maestra Desconocida rondaba la cabeza de Cézanne; la persecución de un ideal, la “quimérica búsqueda del arte” como se lo había dicho Monet, fue el objeto de su creación; descubrir el misterio de la obra creada, hacer La Obra Maestra, única, en tanto traductor de una naturaleza que se debía expresar con el poder del espíritu, de una naturaleza que se piensa a sí en la cabeza del artista, su conciencia.
Los indómitos deseos de exploración y la renuncia a aceptar las convenciones de su tiempo, aspectos también presentes en Rilke, Picasso y Schoenberg (músico inventor de método dodecafónico), llevan en sí la conjunción de las características del genio: la confianza en el primer impulso, la fidelidad a la visión interior, la intuición, la fuerza esencialmente constructiva del ansia, del ansia y de la meditación excesiva que llevan a la duda, la duda como único camino por el que se alumbra la obra maestra, el temperamento sólido que no quebranta la búsqueda y que habría de posibilitar al pintor la experiencia directa de la plenitud sin intervención teórica, la concentración en el objeto, la atención intensa en él hasta sobrepasarlo, una segunda visión, la mimesis, el sueño del hombre despierto, la ensoñación…
De la misma forma, Rilke, el joven poeta, construye en sí el mundo de cualidades antes enunciadas y fundadas en la obra de Balzac. Rilke necesitaba creer en la existencia de una vida poética lejos de las sofisticadas turbulencias de Europa, en la cual el abismo que sigue a la creación fuera un futuro bien recibido. Al igual que Frenhofer, Rilke tenía la necesidad de alcanzar los confines, lo absoluto, la consumación. Para él, Rodin y Cézanne eran los modelos, a su modo, del homo faber: “trabajadores manuales cuyas trans-formaciones afectaban tanto a las bases espirituales de la imaginación como a las materiales” (pag. 123). Y es que el destino común del genio, compartido además por Baudelaire, Rimbaud, Kandinsky, Yeats, Breton, Eluard, Apollinaire, fue La tarea transformadora. Transformar la piedra en una Obra, como lo hacía Rodin, como lo hizo Rilke en la escritura, como lo haría Schoenberg con la música. De qué magnífica manera lo había expuesto Balzac en La Obra Maestra Desconocida con su Frenhofer de principios del siglo XVII, exaltando el poder de traspasar los límites de la moral reguladora, del pensamiento tendiente a la mesura, a la sumisión. Nietzche vino a enseñar, de acuerdo con lo dicho, al “nuevo hombre”, y la correspondencia de su pensamiento con Balzac también se ancló en la vida de los genios enunciados: La concepción nietzcheana del arte como forma suprema de redención, la concepción sacerdotal del oficio artístico.
Por su parte, Picasso también reflexionaría sobre la identidad del artista en medio de la concatenación de tantas facultades emocionales, que a los ojos de otros sólo significarían adjetivos propios del loco. Admiraba lo que había de Frenhofer en Cézanne (un ansia sin límite), deseaba mantenerse a la altura de los excesos de Rimbaud y fue suyo el poder de la visión que se pierde en los objetos, para captar su esencia y al pintarlos trascenderlos.
Picasso reconoció que el deseo de superación forma un imperativo de la modernidad y que la misión de la modernidad en el arte era romper todas las restricciones. Junto a Braque se lanzó al cubismo (para él un método y no un estilo) y al escape de la simetría, y vio que la poesía era un gran condicionante pictórico en torno de las nuevas formas, tal y como lo había afirmado Rubén Darío, como lo había conversado Gautier con Balzac, como lo había practicado Rilke, como lo había hecho el músico Schoenberg, quien también incursionó en la pintura y en la escritura. Éste último, tal vez uno de los últimos herederos del romanticismo, buscador de la ley última, creyó que el arte siempre debía trascender la realidad, confió en la disolución de las leyes del tiempo y del espacio y se encaminó hacia el encuentro de los espacios inexplorados; con la misma preocupación de otros como Novalis, Klee y Miró, se propuso hacer visible lo invisible. En este sentido también hay una gran correspondencia de Kandinsky, amigo personal de Schoenberg y Rilke, en compartir el sentido espiritual del misterio de la creación, lo cual lo llevaría a exponer su pensamiento no sólo en el abstraccionismo sino también en el libro “De lo Espiritual en Arte”.
En conclusión, Dora Ashton ha logrado presentar de una manera coherente a Balzac detrás del desarrollo del arte moderno. Ha podido develar al público lector porqué y cómo el legendario y arquetípico Frenhofer ha sido encarnado de diferentes maneras paralelas en los más representativos artistas de la modernidad. Ha mostrado en ellos la preocupación filosófica de Balzac en torno del desarrollo del arte: la entrega a cierto orden más elevado, la preocupación por lo inexpresable, la necesidad interior como impulso primordial de la creación. Leer “Una Fábula del Arte Moderno” es encontrarse con la influencia de la literatura sobre la pintura, la escultura y la música, es, finalmente, conocer cómo la herencia del romanticismo llegó a ser determinante en el amplio desarrollo de las vanguardias artísticas modernas.