Un artista del hambre y Un artista del trapecio son dos cuentos de Franz Kafka escritos en 1922 y publicados poco después de su muerte, en 1924. Los dos relatos comparten varias características centrales, aunque cada uno conlleva sus propios símbolos. Por ejemplo, en los dos cuentos se nota la influencia del surrealismo y los dos hablan del arte en el contexto del espectáculo, los dos artistas son talentosos hasta un extremo absurdo, ambos son empleados de un empresario del espectáculo, ambos son incomprendidos. Tanto el artista del hambre como el artista del trapecio son números de feria y de circo que tienen el objetivo de ser vistos, no obstante, en los cuentos ambos artistas van más allá del espectáculo. Con esta reseña y comentarios se busca compartir algunas ideas y destacar algunas flexiones que han quedado apuntadas en un papel después de la lectura.
Acerca de Un artista del hambre
Este relato describe el show de un ayunador profesional, un artista del hambre, literalmente. Un ayunador exhibido en una jaula para la contemplación pública, un freak, un objeto de admiración y curiosidad. En una primera lectura se podría pensar que el espectáculo del ayuno es en realidad un espectáculo del hambre, y el relato, un sarcasmo sobre la pobreza y la discriminación en la época de Kafka. En el siglo XXI es impensable semejante espectáculo en ninguna ciudad del mundo. Pero no hay que perder de vista a finales del siglo XIX y principios del XX el show del ayunador era muy conocido en Europa y Estados Unidos; se trataba del “ayuno de feria”, un espectáculo que pretendía mostrar a la gente los límites de la voluntad y resistencia humana. En realidad, llegó a ser un acto admirado y dejó sus dividendos. De ahí que la figura del empresario esté muy presente en el relato. El artista no se vendía solo, como ocurre siempre, dependía del empresario para acceder a las masas. El cuento nos muestra que este acto era admirado por las muchedumbres y cómo, en algún momento, pierde el interés de las masas, hasta su fatal declive.
Los 40 días máximos de ayuno que el empresario defiende en el relato tiene relación con el espectáculo histórico. Aunque los más famosos ayunadores reales de aquellos años superaron esta barrera. Por ejemplo, el italiano Giovanni Succi ayunó durante 45 días seguidos en la jaula de un circo de Nueva York. (40 días que recuerdan a los 40 días de ayuno de Jesucristo en el desierto). También cabe mencionar que este espectáculo gozó de prestigio en Berlín y Viena, pero rápidamente generó todo tipo de dudas, perdiendo su poder de congregar a las masas. Cabe suponer que Kafka conocía bien este fenómeno, ya que es lo que ocurre al ayunador de su relato.
Tal vez lo más interesante en el relato es el “perfil” del ayunador: tenía que demostrar que no hacía trampa, por eso había vigilantes durante la noche; él mismo quería rebasar los 40 días de ayuno, de hecho, afirma que podía ayunar indefinidamente; pese a la admiración del público, el ayunador arrastra una insatisfacción constante. En el relato, el ayunador pierde el favor del público y se ve obligado a emplearse en un circo, ocupando una jaula poco destacada, cerca de los corrales de los animales. El ayunador explica al inspector del circo la razón de su ayuno: le había sido forzoso ayunar, no por el espectáculo, sino porque nunca pudo encontrar comida que le gustara. Esta razón, más que cualquier otro aspecto del cuento es lo que resulta realmente insoportable, pesadillesco, incongruente, absurdo, desarticulador de la lógica, surreal, dadá. Allí, sin ser visto, el artista del hambre muere, ayunando, desapareciendo bajo el suelo de paja en el que descasaba. El artista del hambre muere por no comer, muere igual que Gregorio Samsa, encerrado en la jaula el primero, encerrado en su habitación el segundo. En su reemplazo, el circo pone una joven pantera, es decir, un contrario, un símbolo no del ayuno, sino de la capacidad devoradora, no un artista pasivo, sino un animal activo.
Acerca de Un artista del trapecio
Este cuento corto también destaca por el surrealismo de tu argumento: un artista del trapecio que permanecía día y noche subido en su trapecio. Lo hacía para permanecer entrenado «y conservar la extrema perfección de su arte». Claramente, su perfil también guarda semejanzas con el personaje de Un artista del hambre. Ambos son extremos. Aquí, se trata de una fijación con el trapecio, tanto que cambiar de lugar, por ejemplo, ir de viaje, es decir, salir de la altura del trapecio, lo ponían nervioso. El empresario accede a ponerle otro trapecio a cambio de ir de viaje; llorando, el artista le dice “Solo con una barra en las manos ¿cómo podría yo vivir?”. Al empresario le preocupa la respuesta emocional del artista. Creyó ver entonces “comenzar a dibujarse la primera arruga en la frente infantil del artista del trapecio”. Así termina el relato, obligándonos a preguntar: ¿acaso el artista del trapecio era un niño? ¿Acaso todo el relato es un símbolo de los efectos de la explotación laboral infantil?
Uno en el ayuno, el otro en el trapecio, los dos artistas están distanciados del mundo. Aunque son grandiosos en su espectáculo, el espectáculo no es lo suyo, no son entretenedores. No están trabajando, no les interesa el show ni divertir, simplemente eso son. Se dice de Kafka que tampoco buscaba la admiración del público lector, fue un escritor que se expandía en sus creaciones, pero sin fines estéticos, sin fines publicitarios, incluso declaró que no se publicara nada suyo después de su muerte. Su arte, era más para él que para el mundo del espectáculo editorial.