“La Ternera” (2020), de la filósofa Aurora Freijo Corbeira, narra la historia de una niña de cinco años que sufre abusos sexuales por parte de un vecino de confianza de sus padres con el que estos mismos la dejan por las tardes para que así puedan hacer otras cosas sin ser conscientes del gran horror al que se ve sometida su pequeña hija: “Papá no sabe nada de su cazador porque tiene que ausentarse para trabajar. No está en casa para vigilar a sus cachorros. Ni sabe que a veces le roban a uno un rato para, después de manosearlo, devolverlo al mismo sitio. No puede oler el asqueroso rastro que dejan las manos del raptor” (Freijo, 2020, p.14).
El título responde a la similitud que se establece entre la pequeña protagonista y su pequeño cuerpo con el de una ternera que entra por vez primera en un matadero: “Carne de ternera (…) carne de primera (…) carne de primera vez” (Freijo, 2020, p.42). En definitiva, una carne joven prácticamente regalada al carnívoro que la acecha, el raptor, el abusador, aquel que “puede solicitarla siempre que quiera” (Freijo, 2020, p.53). Bien podría decirse que se trata de un pequeño opúsculo novelado pero más conveniente sería decir, a ojos del autor de esta breve reseña, que el lector se encuentra ante una colección de cuentos trágicos muy cortos (muchos de ellos no superan la página) y finas pero amargas láminas poéticas aderezadas con algunas acertadas y despiadadas alegorías: “Él es el dueño de su soledad” (Freijo, 2020, p.28).
El empuje literario con la que se narran los abusos hacia la menor protagonista es de extremada fuerza: “Ella no sabe si es peor ser gorda como Caradecerdo o que tu vecino meta su mano adulta bajo tus bragas de niña. No sabe si es peor tener cara de cerdo o que alguien meta sus dedos de funesto deseo en tu minivagina” (Freijo, 2020, p.63). Sin embargo, la aflicción y desconsuelo que palabras como estas pueden generar no se agotan en el mismo presente en el que dichas palabras terminan de leerse. Los abusos y los recuerdos sobre estos mismos se convierten en “manchas metafísicas” (Freijo, 2020, p.100), aquellas que se ocultan de manera latente en el interior de uno mismo e impiden que la eutaxia personal sea irrealizable, es decir, que el buen orden en sentido de ser capaz (en potencia o virtud) para mantenerse en el curso del tiempo sea imposible pues, como bien señala la protagonista de la historia, el abusador ató “sus sesos a los suyos para toda la vida, como cordones de zapatos” (Freijo, 2020, p.74) ya que, “cuando al carnicero se le acabó su momento, ella rompería a llorar para no poder parar en años (…) Ella, que no lloró ni una sola vez cuando profanaban su carne, no encontraba la manera de controlar su llanto” (Freijo, 2020, p.87-88).
Cabe decir que a lo largo de la obra, la cuestión del abuso se halla presente en todo momento pues, sin lugar a dudas, es la pieza que vertebra la historia. No obstante, hay un fenómeno no tan claro pero que subyace a lo largo de la historia bajo el abuso: la soledad. Bien podría decirse que se trata del segundo tema fundamental del libro pues es el aislamiento, el abandono o el desamparo lo que hace de cualquier persona un ser vulnerable ante cualquier peligro y más aún cuando esta es una niña que no se basta por sí misma. Es la soledad la que ofrece innumerables veces libres vías que permiten caminar a horribles comportamientos que jamás deberían producirse. Asimismo, la soledad en la que muchas personas se encuentran no tiene por qué ser vista o descubierta por los demás y esto es lo que muchas veces condena a los solitarios a estar, valga la redundancia, verdaderamente solos y todavía más indefensos: “Escucha [dice la niña a su madre]: él siempre me anda buscando. Si no reaccionas, no vas a rescatarme ya” (Freijo, 2020, p.68).
Sin duda alguna, la obra de Aurora Freijo muestra una fuerza literaria para nada menor e incómodamente necesaria capaz de, y pocas veces podrá decirse de otros escritos, narrar un brutal relato que reúne una constante recopilación de dolor, sufrimiento y lecciones de vida impropias de una persona (o mejor dicho: personita) de cinco años de edad sin abandonar la sensibilidad y ternura que deberían ser propias del trato hacia todas las “terneras” del mundo.
Bibliografía utilizada
Freijo, A. (2020): La Ternera. Anagrama, Madrid.
128 páginas