Leer Por qué volvías cada verano de Belén López Peiró es sentir una opresión: los deleznables dedos que han manoseado los genitales de miles de niños ahora te someten a ti y susurran en tus oídos, con un aliento amargo y sombrío, “Shhhhh”. Silencio. Viene el silencio. La omisión de la verdad, la negligencia y el descuido. Silencio, solo el silencio. El que compartimos para que no nos venza el miedo. Palabra grave de ocho letras, tan frágil y a la vez tan irrompible. Infestada de tiempo, cultura y miedo.
Esa mudez se comprende al leer a López Peiró, quien exhibe una sociedad rota, inservible, inhumana, hecha añicos. La protagonista somos todas, todos, todes. Personas abusadas por seres cercanos: vecinos, tíos, hermanos, padrastros, padres (y uno que otro sujeto femenino). Niños y niñas que no comprenden lo que pasa y tienen miedo de nombrarlo y hacerlo realidad.