Reseña de Temporada de huracanes

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Es bien sabido que la literatura es un reflejo de la sociedad que la produce. Sin embargo, cuando estamos inmersos en esa sociedad, es común que perdamos la capacidad de asombro ante lo que ocurre en ella. Lo anómalo se vuelve costumbre y lo inaudito se normaliza. Es hasta que llegan obras como Temporada de huracanes que volteamos la mirada hacia el siniestro espejo que se sitúa frente a nosotros, para advertir, sin tapujos, en qué realidad estamos parados.

Alguien me dijo: “Leer Temporada de huracanes es sentir que te golpean”. No podría estar más de acuerdo. Mientras mis pupilas recorrían las líneas plasmadas por Fernanda Melchor, fui sintiendo madrazo tras madrazo. Perdón por la altisonancia, pero es imposible que la novela no te contagie su léxico impetuoso, afilado, indiscutiblemente mexicano, que otorga total acceso a una sociedad lacerada que no termina de sangrar.

La historia se desarrolla en La Matosa, un pueblo ficticio caracterizado por su calor sofocante y su pobreza extrema. Allí gobierna la violencia. La cotidianidad está marcada por el narcotráfico, el machismo, la prostitución y una educación social basada en el castigo y el miedo. En ese contexto se sitúa la trama de la novela: han asesinado a la bruja del pueblo. A pesar de que es el personaje principal y todo girará en torno a ella, nadie conoce su nombre y, peor aún, a nadie le importa. Así comienza la historia: con la confesión de que el personaje que provoca la escritura puede ser suprimido fácilmente, como si nunca hubiera existido.

La ausencia de nombre no es casual. Revela las condiciones de vida de la bruja y la añade a una lista de mujeres que han sido negadas y borradas de la historia. ¿Quién debe nombrarte? ¿Tus padres al nacer? ¿Y qué pasa si tu padre te abandona? ¿Y si tu madre no te quiere? ¿Quién debe nombrarte? ¿La sociedad a la que perteneces? Pero… ¿y si nunca logras encajar en ella? A la bruja no se le permitió nombrarse de otra forma, pareciera que nació con el destino impuesto: bruja es tu madre, bruja serás tú. No hay alternativa. Salir del molde es imposible. Ella fue excluida desde su nacimiento y ni siquiera puede narrar su propia historia.

Por eso, Fernanda Melchor decide contarnos qué le ocurrió a la bruja a través de una polifonía narrativa. En ocho capítulos, diferentes voces reconstruyen, desde su perspectiva y sus prejuicios, lo que saben del crimen, haciendo que el libro se convierta en un rompecabezas que el lector debe armar por sí mismo. La autora quiebra las verdades absolutas y nos sumerge en una narración compleja, fragmentada y humanizada. Apoyándonos en monólogos interiores, exploramos el sentir, la ignorancia, el miedo y la violencia bajo la que viven los personajes. Un aspecto a destacar es que, aunque no siempre empatizamos con los narradores, sí llegamos a comprenderlos.

Uno de los grandes aciertos de la novela es justamente su estilo narrativo. Una prosa que te aplasta con párrafos interminables, que replica la conciencia de quien habla y te sumerge en ella. Una verosimilitud lingüística tan precisa que convierte a la lengua en otro personaje. Las expresiones, jergas, insultos y sentencias construyen el mundo:

“Hijos de mis hijas, mis nietos; hijos de mis hijos, sepa su chingadamadre” (p. 37).

“Pues de que lloren en mi casa a que lloren en la suya, mejor que lloren en la suya” (p. 39).

Este adentramiento en la cultura y en la forma en que los personajes perciben su entorno hace que el lector se sienta profundamente implicado. Melchor no solo expone ese mundo: lo reconstruye.

“De verdad que hasta el hígado le dolía cada vez que se acordaba de ese pinche chamaco ingrato, y en lo pendeja que su abuela se vio cuando se ofreció a criárselo al cabrón del tío Maurilio, sabiendo perfectamente que la pinche vieja esa con la que andaba era puta de oficio, capaz de abrirse de piernas y de verijas ante cualquiera que tuviera dinero para pagarle” (p. 36).

Temporada de huracanes exhibe una sociedad hipócrita. Rechazan a la bruja, pero la necesitan. Se persignan antes de entrar a su casa, pero le confían sus cuerpos, sus miedos, sus futuros. Le otorgan el poder que le corresponde a un ser divino que los ignora. La necesitan, pero la condenan. La quieren porque escucha, no juzga, entiende, pero ellos sí la juzgan y no tratan de comprenderla. Olvidan que es humana, y, como ellos, anhela vivir, disfrutar y existir con libertad.

La novela personifica la violencia y expone cómo se perpetúa. Es la explicación del silencio ante la injusticia; la denuncia de los peligros que enfrentan las mujeres en las calles y en sus casas; el grito que raspa la garganta y revela que “destino” es una palabra bonita para no decir “sentencia”. Es una crítica directa a un sistema judicial incompetente, una denuncia al abandono institucional, una muestra de que vivimos condicionados y limitados. Porque si salimos de la norma, estamos en peligro: “Y todos en el pueblo decían que esas mañas eran del diablo, que cuándo se había visto que una chamaca fuera tan astuta” (p. 20).

La novela de Melchor responde a preguntas que deberíamos formularnos con más frecuencia. Señala cómo los niños crecen entre golpes, ausencias, hambre y abuso; cómo aprenden en la calle lo que no se les enseña en casa ni en la escuela; cómo el deseo se convierte en culpa y la identidad en pecado. En una sociedad que los obliga a encajar, los castiga por conocerse a sí mismos, los condiciona con dogmas, miedos y supersticiones, y no les permite comprender su sexualidad, su libertad ni el valor de su vida.

Cada una de las desgarradoras historias que se encapsulan en la novela, junto con otras tantas que ocurren a diario en La Matosa,

“…decapitados, descuartizados, encobijados, embolsados que aparecen en los recodos de los caminos o en fosas cavadas con prisa en los terrenos que rodean las comunidades. Muertos por balaceras y choques de auto y venganzas entre clanes de rancheros; violaciones, suicidios, crímenes pasionales como dicen los periodistas…” (p. 217),

provocan esa temporada de huracanes y calores infernales. Porque, al final, el asesinato de la bruja es solo un caso entre miles. Es solo un rasguño más en una sociedad intensamente herida.

Temporada de huracanes, publicada en 2017 por Random House y ganadora del Premio Internacional de Literatura (2019), es la invitación perfecta para mirar lo que preferimos ignorar. Es la posibilidad de entender la sociedad y resistirla. Es la obra que te permite enfrentarte al fiero huracán y, aunque te deje herido, no querrás apartar la mirada.

Páginas internas de la novela Temporada de Huracanes

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