He leído el libro de Mercedes Medina de Pacheco “Los Muiscas. Verdes labranzas, tunjos de oro, subyugación y olvido”. La autora se ha esforzado en responder quiénes fueron los muiscas, cómo se relacionaban, en qué creían y cómo fueron conquistados. El libro es un esmerado resumen que compila diversas fuentes de información histórica sobre el pueblo llamado muysca (los españoles entendieron “mosca”) y su declive durante la conquista y colonización de América, en los siglos XVI y XVII. La amplia bibliografía de la autora incluye a los conocidos cronistas españoles (Fray Pedro Aguado, Juan de Castellanos, Fray Pedro Simón, Gonzalo Fernández de Oviedo) y a los más destacados historiadores y antropólogos del siglo XX especialistas en el mundo muisca: el pionero de origen ucraniano Juan Friede, Jesús Arango Cano, Luis Duque Gómez, Eduardo Londoño, Ana Kipper, Silvia M. Boabdent, Gerardo Reichel Dolmatoff, Eliécer Silva Celis, Miguel Triana, Ana María Falchetti, Carl Henrik Langebaek, entre otros.
Reseña hecha a partir de la lectura de esta edición:
Medina de Pacheco, Mercedes. Los Muiscas. Verdes labranzas, tunjos de oro, subyugación y olvido. Academia Boyacense de Historia y Fondo Mixto de Cultura de Boyacá. Tunja. 2006.
– 17 capítulos, 305 páginas.
En consecuencia, el índice de esta publicación deja ver la amplitud del recorrido en este libro. Nos introduce al tema presentando la geografía del territorio cundiboyacense y el origen del hombre americano, y desde ahí, explica los orígenes de los muiscas; describe cuál era su cosmogonía, su panteón, su organización socioeconómica y cómo el contacto con el Reino de España transformó su cultura, diluyéndola en las nuevas leyes, la aculturación y relaciones feudales, principalmente de vasallaje. Mercedes Medina de Pacheco ha buscado ir al detalle; explica cómo fue ese primer arribo del Adelantado Gonzalo Jiménez de Quesada y cómo el territorio llegó a ordenarse bajo la institución de la Encomienda, la empresa evangelizadora y la posterior creación de resguardos.
Verdes labranzas, tunjos de oro, subyugación y olvido
El título del libro nos habla de verdes labranzas, tunjos de oro, subyugación y olvido, lo cual resalta 4 puntos clave del encuentro entre muiscas y españoles. Las verdes labranzas, la tierra fértil, la especial relación con el agua, los nuevos alimentos a los ojos de los españoles, la propiedad colectiva de la tierra, la minga, son aspectos que ponen de manifiesto el carácter agrícola de la gente del altiplano. Patatas, Ahuyamas, Cubios, Ibias, Fríjoles, Maíz, Ají, entre otros alimentos componían sus cultivos, los cuales eran trabajados comunitariamente. La abundancia de venados era notoria, aunque solo los altos cargos podían consumir su carne.
Los tunjos de oro eran tal vez la pieza de orfebrería más común entre los muiscas; bajo distintos porcentajes de aleación con el cobre (tumbaga), los tunjos fueron objeto de la codicia en el corazón del conquistador. Pero entre los muiscas no solo había tunjos; magníficos pectorales, brazaletes, narigueras, máscaras, entre otros, hacían parte de sus obras.
La subyugación fue la única relación posible en la conquista y la colonia; más aún con un pueblo que no se caracterizó por su cultura bélica, como si lo fueron otros pueblos nativos vecinos como los yarigüies, los paeces o los pijaos. No obstante, los muiscas no fueron dóciles del todo y si opusieron resistencia, como la conocida rebelión del cacique Tundama en las tierras de lo que hoy es Duitama.
Y el olvido. Este es el destino que ha tenido la cultura muisca en la gran mayoría de la población actual del altiplano cundiboyacense y toda Colombia. No obstante, después de siglos de negación de la cultura muisca, gracias a libros como éste, a la labor de personas como Mercedes Medina de Pacheco y a la reivindicación de líderes comunitarios que se identifican como herederos directos de los muiscas nativos, la cultura de los antiguos pobladores de la cordillera oriental de los andes colombianos se empieza a poner en valor (y falta que le hace a un país como Colombia, que sufre de amnesia cultural).
Pese a los intentos de ciertos personajes del Reino de España por cuidar los derechos de los indios, o indígenas, en el país de los muiscas había todo el oro, todas las esmeraldas y toda la tierra suficiente para que la colonización y la expropiación prosperaran. Ya en 1511, en las Antillas, el fraile dominico Fray Antonio de Montesinos se dirigía a los feligreses españoles reprobando el saqueo y pecados de los que era testigo. También es bien conocida la figura del Obispo de Chiapas Fray Bartolomé de las Casas, quien defendió desde el derecho a los pueblos indígenas.
También es interesante añadir que aunque la lengua muisca, el muysc cubun, fue declarada lengua general del Nuevo Reino de Granada en 1580, incluso los sacerdotes doctrineros debían aprenderla para poder convertir a la población local, ésta se extinguió, se dejó de hablar, solo se conservan fragmentos escritos. El 16 de abril de 1770 por Real Cédula del Rey Carlos III se prohibieron las lenguas diferentes al español en las tierras conquistadas de los virreinatos.
Inevitablemente, la presión social, económica y cultural sobre la gente muisca fue más fuerte que su capacidad de resistencia y el mundo muisca se transformó y difuminó en el mestizaje y la imposición simbólica. Así como lo enseña Eduardo Londoño en el artículo “La última ceremonia religiosa pública de los muiscas” y el documento “El proceso contra el cacique de Ubaque” de 1563, el fin de la cultura muisca fue el destino inevitable de la conquista, la colonia y el mestizaje.
La sal, el cacicazgo y transición hacia una sociedad de clases
El mundo muisca se hallaba inmerso en un proceso que le llevaría a la creación de una sociedad estatal y dividida en clases sociales. En el siglo XV la forma de gobierno y organización social era el cacicazgo, el cual tenía principalmente dos grandes centros de poder, uno localizado en la actual Bogotá, con el Zipa a la cabeza, y el otro en la actual Tunja, con el Zaque como señor. No obstante, otras figuras también tenían influencia en la confederación muisca; por ejemplo, el cacique de Guatavita, quien administraba en su territorio gran parte de la producción orfebre, y el sacerdote o Chyquy de Iraca en la provincia de Sugamuxi. Cada “provincia” tenía un cacique que estaba más cerca de la influencia del Zipa o del Zaque, y cada núcleo poblacional tenía su propio capitán, quien a su vez se subordinaba al cacique local.
Una de las fuerzas productivas que apoyaban el desarrollo económico y social de los muiscas era la explotación y comercio de la sal. Este mineral era un aspecto central en la organización económica muisca y que la autora destaca en el libro. Los muiscas explotaban la sal de depósitos de origen marino; hervían el agua cargada de sal que pasaba por las vetas de la montaña; lo hacían en un recipiente de cerámica que, después de evaporarse el agua, rompían y gracias a lo cual la sal quedaba condensada en una especie de “pan de sal”. Éste era uno de sus principales objetos de comercio otros pueblos y servían para ser intercambiados por otros productos como oro y algodón.
Mural de Luis Alberto Acuña titulado: La teogonía de los Muiscas.
Los muiscas y la especialización del trabajo
Los muiscas habían alcanzado un alto grado de especialización del trabajo. En distintas zonas del país muisca algunas actividades habían llegado a caracterizar y dar una identidad relacionada con el tipo de trabajo productivo. Por ejemplo, en la región de Ráquira la producción cerámica era notable (y lo sigue siendo hoy en día), en Zipaquirá y Moniquirá la explotación de la sal era muy importante, en Guatavita había un hub de orfebres central para la actividad simbólica y ritual, en Sogamoso había un centro de especialización ritual y religiosa, y los tejidos habían llegado a un grado de especialización y fineza que había ganado fama a nivel continental. Desde Perú, los conquistadores fueron notificados acerca del “país de las mantas”, un territorio donde la producción de mantas de algodón, teñidas y estampadas, era sofisticada.
Cabe destacar que la transición hacia la formación de un Estado estaba marcada por un proceso de especialización del trabajo y por la generación de excedentes productivos, contexto en el cual la producción de panes de sal y su comercialización era central. No cabe duda de que los muiscas estaban generando un proceso de acumulación y de excedentes productivos que influía su organización social. La producción agrícola, la producción de objetos de oro, la cestería, la cerámica, los tejidos, habían dejado de ser solo elementos de supervivencia y se habían resignificado como objetos de comercio, de pago y de diferenciación social.
Conclusiones
En el fondo, ese capítulo de la historia que es la conquista del altiplano cundiboyacense es una historia acerca del fin de un pueblo amerindio y el nacimiento de un pueblo mestizo. Los pobladores del altiplano cundiboyacense y del departamento de Santander en Colombia son descendientes de los muiscas y los españoles, del choque y fusión de las dos tradiciones. En la cultura colombiana apenas ha empezado a ser visibilizado. Libros como Úrsua, de William Ospina, deja ver, de manera novelada, ese tiempo en el cual el encuentro intenso entre el viejo y el nuevo mundo forjó las bases de la actual Colombia, para bien y para mal.
Vale la pena citar el último párrafo del epílogo; cierra así su libro Mercedes Medica de Pacheco: “El que hoy no queramos tener plena conciencia de este doloroso primer capítulo de nuestra historia mestiza, no ayuda a que se establezca en nuestro país una verdadera justicia social; porque, parodiando a una conocida frase, podemos decir que “un pueblo que olvida su pasado, no entiende su presente y no puede saber hacia dónde va””.