Este texto es una reseña de la edición: Phelan, John. “El pueblo y el Rey, la revolución comunera en Colombia, 1781”, Carlos Valencia editores, Bogotá, 1980.
La revolución comunera de 1781 en Colombia, es decir, en el Virreinato de la Nueva Granada, fue un evento social producido por las reformas borbónicas de final de siglo XVII. Reformas que buscaban una administración más liberal de los reinos en América que permitiera una mayor rentabilidad y ahorrara gastos burocráticos. También llamada la Rebelión de los comuneros, tuvo su epicentro en la población de El Socorro, Santander, un región que se vio afectada porque las reformas restringían el cultivo del tabaco y cargaban fiscalmente a la población. Se llama «comunera» por la participación de la gente del común.
El acontecimiento social y cultural de La revolución comunera que ocurrió en 1781 debe entenderse en el contexto del reinado de Carlos III de España, llamado «El político». Él predicaba una nueva institucionalidad política que difería notablemente de la política tradicional de los Hasburgo. Básicamente constituía en una reforma a gran escala del programa fiscal y el regimiento de la real hacienda.
La arquitectura del programa del rey Carlos III estuvo orientada, teóricamente, por José del Campillo y Cosío con su “nuevo sistema de gobierno económico para la América”, por el “Proyecto económico” de Ward y por el mercantilismo de Colbert. Estas tendencias económicas se fundamentaron principalmente en la creación de monopolios lucrativos fiscalmente y en la supresión de manejos económicos de los cuales era posible prescindir y que no apoyaban la efectividad del recaudo y la acumulación.
El gobierno de Carlos III necesitaba un manejo fiscal que lograra la mayor explotación de los recursos sociales y comerciales para afianzar una sólida base económica que pudiera financiar la resistencia contra Inglaterra, después de haber perdido ante ésta potencia el control naval del Atlántico.
La visita general a México de José Gálvez (Marqués de Sonora), aplicando los principios político económicos, y la delegación del regente visitador general Juan Francisco Gutiérrez de Piñeres para el mismo oficio en la Nueva Granada, fueron el epicentro de la práctica reformista.
Los objetivos fiscales se pueden resumir principalmente en la creación de un monopolio rentable, administración directa por la monarquía del sistema fiscal, expulsión de los criollos de cargos públicos y restricciones al poder del virrey. De esta forma el gobierno se constituyó en la división de la autoridad suprema entre el virrey para asuntos políticos y militares, el superintendente para la Hacienda real y el regente para la administración de la justicia. En esta dirección el cultivo de los productos se restringió solo a zonas donde la calidad era superior y los criollos iban perdiendo los cargos administrativos en tanto que para Galvéz, ellos tenían demasiado poder.
Todo esto, en últimas, solo expresaba el deseo de convertir los reinos americanos en colonias de donde se pudiera sacar el máximo de ingresos: fue un proyecto de modernidad que incluía una racionalización de la administración política. Se pensaba en un máximo de ingresos para la metrópolis: esto se realizó con base en dos dispositivos, el tecnológico y el neo-mercantil.
Para el primero figuraba la inclusión de la ciencia nueva en los estudios universitarios, las expediciones mineras y la expedición botánica. Para el segundo figuraba principalmente la conformación de monopolios reales de la pólvora, los naipes, Las minas de sal, el papel sellado, la acuñación de moneda, el mercurio, el tabaco y el licor. Los dos últimos fueron de mayor importancia para la nueva Granada. En la población neogranadaina de El Socorro esto fue de suma importancia. El comercio en El Socorro de la producción de trabajos artesanales, realizados principalmente por mujeres, había dado en el siglo XVIII cierta prosperidad a la dicha parroquia, que luego de varios alegatos llegó a ser reconocida como Villa. Pero antes de que la rebelión explotara, El Socorro había tenido que afrontar una crisis protagonizada por una epidemia de viruela que sosegó a la población.
Gracias a que la configuración de los monopolios disminuyó la producción agrícola a varios sectores que producian con mejor calidad, el Socorro fue despojado del cultivo en los minifundios que allí subsistian. El alza en los impuestos, que principalmente fueron de la alcabala, la armada de Barlovento, Las guias y tornaguias, produjeron en la población una furia social dirgida hacia los funcionarios españoles; por esto el lema de los comuneros se fundó como “viva el rey, muera el mal gobierno”. Lejos de ser un movimiento antirealista o independentista, la revolución de los comuneros se encaminó a restaurar una política tradicional que incluía la negociación de las medidas y dictámenes reales. Así, la escencia de la revolución política de Carlos III consistía en abolir la “constitución no escrita” cuyos fundamentos eran la participación criolla en la burocracia y el gobierno por medio del compromiso y la negociación conciliación. Para los criollos “nobles” la revolución de los comuneros sirvió en cierta medida como panfleto para evitar la exclusión de ellos del poder burocrático y comercial.
Para la población mestiza de El Socorro, las acciones simbólicas en contra del mal gobierno fueron importantes, se quemaba el tabaco y se derramaba el aguardiente. Juan Francisco Berbeo, fue designado como capitán general de la empresa revolucionaria y Salvador Plata como su subsiguiente. El levantamiento de la gente del común entre Marzo y Abril de 1781 movilizó aproximadamente 20000 hombres mal armados pero entusiastas para la fecha en que llegaron a Zipaquirá.
Los criollos respaldaron la movilización (en función de sus conveniencias), Tupac Amarú sirvió como ejemplo revolucionario y un poema incendiario anónimo proveniente de Bogotá (como instrumento ideológico), satisfacieron las condiciones para que se cimentara una alianza precaria entre los plebeyos y las élites del Socorro. Los meses de Marzo, Abril, Mayo, Junio y Julio fueron el escenario temporal donde se desarrolló el conflicto.
El encuentro en el puente real de Velez entre Berbeo con los comuneros y el oidor Osorio trajo resultados de suma importancia: Tunja se unió al movimiento (estando ya en Zipaquirá se desagregarían), los indios ingresaron a la coalición multiétnica y las autoridades de Santa fe se dieron cuenta de la necesidad urgente de negociar un arreglo. Frente a esto, Gutiérrez de Piñeros quien era blanco de la furia comunera huyó a Cartagena de Indias; el arzobispo (y después virrey) Caballero y Góngora se dispuso a negociar en Zipaquirá, ya que el peligro de una invasión y saqueo era eminente para Bogotá. Se creía que el movimiento podía llegar a Popayán y luego a Quito.
La única base de la negociación era la supresión de los detestados impuestos, que se nombraban en el documento de Las capitulaciones. Había un espíritu decidido, no obstante, en Zipaquirá el movimiento perdió fuerza y “se devolvería todo el mundo para la casa de cada quien”… la gigantesca guarnición había empezado a enfermar y el arzobispo Caballero y Gógora se resolvió a firmar, viendo que era la única salida para calmar a la población.
Se prometió cumplir Las capitulaciones pero cuando dicho arzobispo se postuló como virrey la aplicación del documento no fue llevada a su término completo. En conclusión, el levantamiento de los plebeyos más allá de ser solo una protesta por el alza de los impuestos fue una crisis de orden político; un problema constitucional, el cual no era de ninguna manera independentista sino que realzaba el abigarramiento de los pueblos hacia el orden tradicional y el común acuerdo de origen feudal dado anteriormente por la monarquía de los Hasburgo.