Reseña de «El Cuervo Blanco» de Fernando Vallejo

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Terminar de leer el intento biográfico que de Don Rufino José Cuervo hizo Fernando Vallejo merece un rápida reflexión y resumen. He de admitir que la desordenada estructura de la escritura de Vallejo puede causar dificultades de lectura; las diversas citas de la correspondencia de Cuervo, la gran cantidad de nombres y los ejemplos de gramática acompañados de los comentarios ponzoñozos, y algunas veces divertidos, sobre el país, hace que en ocasiones complican el flujo de la lectura. Sin embargo, es importante resaltar el impresionante trabajo de canonización que adelanta Vallejo para esta obra; la cantidad de fuentes consultadas y contrastadas evidencian una labor juiciosa y digna de admiración; sobre todo teniendo en cuenta la envergadura del personaje.

Rufino José no parece ser un personaje fácil de documentar. Nació en 1844, en la misma fecha que el filósofo alemán Friederich Nietzsche, aunque es una verdadera lástima que ni uno ni otro tuvo noticia de su existencia, ni tendrían por qué; el uno estaba muy preocupado con hacer los más grandes estudios y ambiciosos análisis de la lengua castellana, y el otro muy ocupado cambiando para siempre los ejes de reflexión sobre la existencia humana en la filosofía occidental.

Don Rufino vivió siempre, sobre todo desde 1882, cuando se instaló definitivamente en París, con su hermano Ángel Cuervo. Aunque, a pesar de lo banal que pueda ser este tema, me cuestionan las vidas íntimas de los dos hermanos y cuáles habían sido las razones por las que nunca contrajeron nupcias. Mi primera interpretación es que podía haber en ellos cierta misoginia, no obstante, las últimas cartas citadas por Vallejo en las que se refiere Don Rufino a su criada, no parecen dilucidar estos sentimientos contra las mujeres. Es posible, también, pensar que podría tratarse de otro caso de homosexualismo, pues para los hombres de la época de Cuervo era bastante normal el hecho de ocultarlo -por los peligros que representaba hacerlo público y arruinar sus reputaciones-, pero la extrema devoción al catolicismo y a su dios por parte de Don Rufino colocan también esta postura como improbable, a pesar de que estas devociones excesivas nunca han impedido cometer los más horribles crímenes en nuestro país.

Aún así, y con la duda a flor de piel, cuesta mucho imaginarse a Don Rufino en otros espacios que no fueran de intercambio intelectual; y, siendo sincera, si Vallejo, a quien se le conoce por no tener pelos en la lengua para decir lo que se tiene que decir de sus personajes, no dice nada, será porque no hay nada que al respecto valga la pena decir, y mucho menos pensar. Además, fuera de esto, es un gran placer encontrarse de nuevo en esta extensiva investigación biográfica, el nombre de Ezequiel Uricoechea, gran y prodigioso colombiano, a quien he admirado durante varios años, siendo su figura intelectual una de mis propias inspiraciones al lograrse posicionar y sobrevivir en Europa como profesor, escribiendo artículos de la más diversa índole. Fue gran amigo de Rufino José hasta su muerte en 1880.

No es posible determinar cuántas cartas se habrá leído Vallejo, pero sin duda el mayor amante de la lengua castellana debió mantener una jugosa correspondencia con todos sus conocidos, no sólo en la América hispanohablante, sino en Alemania, España y París, donde falleció su hermano en 1896, y donde también moriría Don Rufino en 1911. Mucha vida e infinidad de cartas que evidentemente se leyó Vallejo, sin embargo es posible también cuestionar por qué muchas de ellas estaban rasgadas; ¿había alguna información en la correspondencia de Cuervo que no se podía saber? De aquí podría salir una maravillosa novela. De hecho, es lo que inicialmente pensé que me encontraría cuando comencé a leer este libro, una novela de no ficción. Vallejo decidió no irse por ese camino, incluso ya finalizando el libro dice que él solo quería saberlo todo sobre Don Rufino José Cuervo, y que este libro solo era una especie de accidente que surgió de su investigación -y qué feliz accidente-. La única parte del libro que suena un tanto novelesco, que para ser más precisos es el último párrafo, es cuando se describe a sí mismo -Vallejo-, en París, frente a las tumbas de los hermanos Cuervo, a donde sorprendentemente lo habían guíado los cuervos, y en las cuales sintió que los espíritus de los hermanos partían de las tumbas. Yo habría empezado por ahí.

Cubierta de El cuervo Blanco, un trabajo biográfico sobre Rufino josé Cuervo, escrito por Fernando Vallejo
Cubierta de El cuervo Blanco, un trabajo biográfico sobre Rufino josé Cuervo, escrito por Fernando Vallejo

Me inquietan las razones por las que Vallejo tenía tantas ganas de investigar a Rufino José, ¿por qué? Sin duda alguna, me ha hecho enamorar también de su santo, y logra atraparme como lector en el momento en el que explica por qué el libro se llama “El Cuervo Blanco”, contando que un amigo de Don Rufino, al ver la rareza de su ser, decía que en medio de muchos cuervos negros, él era un cuervo blanco. Aún cuando Vallejo no explora esta figura metafórica, es maravillosa su riqueza si tenemos en cuenta que se considera a los cuervos, unos de los seres más interesantes del planeta, y se han llegado a comparar con los chimpancés e incluso con los humanos. Siendo esto así, y con la feliz coincidencia de tener por apellido a este animal, no es extraño que Pott -quien fue el amigo que llamó a R.J. Cuervo, el Cuervo Blanco- le haya comparado con esta ave.

Sin embargo, Pott no podía dejarlo como cualquiera de los cuervos, en el siglo de la Ilustración y la cantidad de mentes brillantes de esta época, Rufino José no podía compararse con Nietzsche, Hegel, Linneo, Mutis, Humboldt, ni siquiera con los hombres de las leyes como Santander, porque mientras todos los cuervos revolucionaban la biología, la filosofía, las leyes de la sociedad, etc., Rufino José, se había impuesto una tarea, que, es posible imaginar, no era tan apreciada en la época de las ciencias duras. Y es que los análisis gramáticos y sintácticos de una lengua han existido desde la antigüedad; ya en Grecia Dionisio de Tracia en el siglo I de nuestra era, y luego Donato y Prisciano en Roma, durante el siglo IV, componían tratados gramaticales. Pero en los siglos de las revoluciones, el desarrollo científico y el positivismo, un cuervo blanco hablando de gramática de la lengua castellana, y proviniendo de un país como Colombia, sí que era algo de admirar.

«La auténtica capacidad del filósofo es captar las preocupaciones de una sociedad y señalar el comportamiento futuro de su sensibilidad»

Introduzco aquí esta cita porque Vallejo nos da una prueba de lo que es verdaderamente filosofar, comprender las necesidades de la sociedad en la que vive y no quedarse en simples meditaciones. Por tal motivo, mi parte favorita del libro es la afirmación del aprendizaje autodidacta de Cuervo, quien nunca fue a la universidad, y aún así, era un sabio admirable. En esta sociedad actual, obsesionada con los certificados y los títulos, nadia alcanzaría el genio de Rufino José, que debiera convertirse en un ejemplo para las nuevas generaciones que ya no leen, ni escriben, ni imaginan y no ambicionan nada mas de los viajes y la fama en las redes sociales. Nos falta un nuevo humanismo, uno que recurpere nuestra capacidad de crear mas allá del mercado, uno que entienda la belleza de los idiomas y la complejidad de la naturaleza, uno que filosofe más y venda menos. Esta es la maravilla de la literatura, que nos permite acercarnos de una forma diferente a la comprensión de la realidad a partir de palabras y pensamientos que han tenido otros antes que nosotros.

Volviendo al libro, vale la pena preguntarse si Rufino José era un humanista. Inquieta el hecho de que Vallejo no haya compartido más lecturas de Cuervo, ¿solo leía a los clásicos y neoclásicos españoles?, ¿se dedicaba únicamente al estudio del castellano?, ¿será que no se interesaba en otras cuestiones? Su época, tan llena de acontecimientos intelectuales, no parece ser tan relevante en el libro. A pesar de haber revisado toda su correspondencia, Vallejo no encontró nada de otros temas, y si lo hizo no lo compartio, porque en el libro habla de los trabajos, de la economía, de los viajes y de las amistades de Rufino José, pero no presenta otros acontecimientos que resalten la
vida de este personaje en su momento histórico. Aclaro, si hay algunas contextualizaciones sobre Colombia, como la presidencia de Núñez; de Miguel Antonio Caro, entrañable amigo de Don Rufino; de San Clemente; de Marroquin; y hasta del general Reyes, de quién tenia yo una buena imagen hasta ahora, pero que no era tan decente después de todo (como cualquiera que se involucre en la política colombiana, como bien dice Vallejo). En fin, estos personajes, y algunos datos específicos solo son mencionados porque tienen alguna relacion directa con Don Rufino; sin embargo, el bagaje intelectual y las relaciones internacionales de Cuervo, merecerían un contexto más amplio.

A pesar de lo anterior, el Cuervo Blanco es una obra que se admira mucho más allá de su escritura, por la investigación exhaustiva que realizó Vallejo para poderlo escribir y tomar la decisión de hacer un documento argumentativo para “canonizar” a Don Rufino José Cuervo, considerándolo un santo intelectual y amante de la lengua castellana. ¿Qué diría Don Rufino en estos momentos donde nuestra lengua está cambiando tanto? Nos recomendaría seguramente volver al Quijote, pero se podría maravillar con nuevas obras que escritores españoles y latinoaméricanos han logrado de manera impresionante para no dejar morir nuestra propia literatura, y en ella nuestra lengua, nuestras culturas diversas herederas de muchos lugares del mundo, y claro, con ellas nuestra vida que, como la de Don Rufino, tiene mucho para contar.

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