Por qué volvías cada verano y por qué volvemos a callar

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Leer Por qué volvías cada verano de Belén López Peiró es sentir una opresión: los deleznables dedos que han manoseado los genitales de miles de niños ahora te someten a ti y susurran en tus oídos, con un aliento amargo y sombrío, “Shhhhh”. Silencio. Viene el silencio. La omisión de la verdad, la negligencia y el descuido. Silencio, solo el silencio. El que compartimos para que no nos venza el miedo. Palabra grave de ocho letras, tan frágil y a la vez tan irrompible. Infestada de tiempo, cultura y miedo.

Esa mudez se comprende al leer a López Peiró, quien exhibe una sociedad rota, inservible, inhumana, hecha añicos. La protagonista somos todas, todos, todes. Personas abusadas por seres cercanos: vecinos, tíos, hermanos, padrastros, padres (y uno que otro sujeto femenino). Niños y niñas que no comprenden lo que pasa y tienen miedo de nombrarlo y hacerlo realidad.

Lo negué como me lo había negado a mí misma hace años. Recordándolo cada noche pero haciendo fuerza para creer que todo eso era un invento mío, que solo se trataba de imágenes imprecisas, que no había evidencia (p.36).

Páginas interiores de la novela Por qué volvías cada verano

El libro no solo narra un abuso normalizado, sino también una historia de valentía. Es el testimonio de quien rompe el silencio, alza la voz y se atreve a denunciar. Pero, ¿qué ocurre cuando denuncias? Si bien nombrar y aceptar la realidad es el primer paso para el cambio, en un fenómeno tan complejo como el abuso sexual, acusar marca el inicio de otra historia, quizá tan difícil como la primera. Las voces de los otros tienen cabida en una experiencia que debería ser individual, no colectiva. Y, por ende, es imprescindible que se exhiban los errores de una sociedad que reproduce la crueldad.

Por qué volvías cada verano es la historia de la autora. Una joven que sufrió abusos por parte de su tío. Después de años, logra contárselo a su madre y decide denunciar a su agresor. El libro nos muestra qué ocurre cuando te atreves a hablar. ¿Te creen? ¿Qué opina tu familia? ¿Qué opina la sociedad? ¿Qué opina el agresor? ¿Cómo es él? ¿De quién es la culpa? ¿Hay más de un responsable? ¿Qué papel juegan los demás en los abusos? ¿Cómo reaccionan los otros al enterarse de que fulano de tal es un agresor?

Capítulo en el libro Por qué volvías cada verano

La narración se construye desde múltiples voces, diferentes perspectivas y variados lenguajes. El formato fragmentario no solo da verosimilitud a la novela, sino que demuestra cómo piensa la sociedad ante un caso como este. López Peiró emplea esta estructura para que comprendamos cómo se configura el entramado social que da cabida a que realidades tan inhumanas sigan existiendo.

El libro es una denuncia. Demuestra lo terrible que es que, después de todo el trauma vivido, se siga responsabilizando a las víctimas. Que se defienda al agresor, que se dude de quien denuncia, que se prefiera ignorar la verdad para no enfrentarla.

No puedo creer que todavía duden de tu palabra. ¿Cómo vas a inventar algo así? Si contar esto te denigra como mujer (p. 90).

¿Qué es el perdón y por qué hay cosas que no lo tienen? ¿Se puede perdonar cuando siendo la víctima eres tú quien debe huir y abandonar tu familia y tu hogar? ¿Se puede perdonar cuando sigues despertando en las madrugadas con miedo de habitar el pasado y revivir esa experiencia tan traumática que se replica noche tras noche y día tras día en las desconfianzas y en la incapacidad de ser la misma persona? ¿Se puede perdonar cuando tu agresor es tan consiente de que te lastima, que ni siquiera se atreve a mirarte a los ojos porque no te quiere ver abusada ni sentirse abusador?

¿Se puede perdonar cuando sabes que no solo te pasó a ti y hay más víctimas en tu familia y otras tantas allá afuera, que carecen de nombre para no “deshonrarse” como lo piensa su entorno? ¿Por qué se atreven a hacernos creer y, peor aún, hacernos sentir, que nuestro valor está entre nuestras piernas abiertas, lastimadas, manoseadas? ¿Vergüenza? ¿Encima de todo debes sentir vergüenza?

frase en el libro Por qué volvías cada verano

López Peiró nos desborda en preguntas como estas, mientras refleja las faltas de quienes deberían protegerte. ¿En dónde está el Ministerio Público y por qué te hace revivir el hecho tantas veces? ¿Por qué te cuestiona el no haberlo dicho antes? Como si una niña debiera ser valiente y saber que puede enfrentarse al ogro que la aterra. ¿Por qué la justicia te dice, explícitamente, que hubiera sido mejor que te violaran para facilitarles el trabajo? ¿Por qué prefieren verte abusada a los once y no a los trece? ¿Por qué se espantan si no estás destrozada?

Tu vieja me dijo que a los trece, pero conviene que digamos a los once. Así es la ley, viste, hay que exagerar un poco, total los efectos son los mismos, ¿no? ¿Qué cambia un año más o un año menos? Si te violó igual. Ah, no. Cierto que no te había violado. Entonces, ¿por qué estás acá? ¿Cómo era tu nombre? Ah, cierto, fue casi una violación. Faltaron cinco para el peso. Qué cagada. Hubiese sido mejor, así estamos jodidos. Los jueces son contundentes con las violadas, más si son chicas. Pero por unos dedos o una tocada dudo que le den más de una probation (p.38).

Y ¿Cuál es el papel de nuestros padres? ¿Por qué si 45 millones de niños han sido abusados sexualmente en Latinoamérica seguimos confiando ciegamente en los otros? ¿Por qué seguimos creyendo que los abusadores son monstruos y no personas comunes y corrientes? Y, ni tan corrientes, es lo peor. En Por qué volvías cada verano se acusa a un agresor que aterra, no por su físico, sino por su condición: ¡Integrante del Ministerio de Seguridad de la provincia de Buenos Aires! ¡El comisario! ¿QUIÉN NOS ESTÁ CUIDANDO? ¿QUIÉNES HACEN QUE PREVALEZCA ESTE SISTEMA DE ABUSOS?

La novela de Belén López Peiró es imprescindible, porque nos enfrenta a la realidad que nadie quiere ver. Una realidad oscura y triste, que cosifica a las infancias, las hace sentir, como ella misma dice, “Un desecho de salida” (p. 46). Tu cuerpo no es cuerpo, es cosa, propiedad que no te pertenece, que no puedes proteger. Y así, los niños crecen con miedo. Miedo de ser, miedo de padecer, miedo de existir.

¿Y qué es aquello alimenta al caos? ¿Qué es aquello que hace permisible que la violencia no se disipe y, al contrario, se intensifique y prevalezca en cada recuerdo? El silencio. Siempre el silencio.

Y conseguiste lo que querías: tocarnos y cogernos como querías. Y todavía mejor, lograste que calláramos. Eso era lo que más te calentaba, ahí estaba tu verdadero hechizo. Callar siempre fue el peor castigo para ellas, para mí. Hablar libera y eso que todavía no desataron sus cadenas (p .111).

El silencio es el castigo autoimpuesto por la víctima. Son los nervios tapándole la boca. Eres tú enfrentándote al engendro peligroso que te estremece y sabes que te puede lastimar todavía más. El silencio lo alimenta. Lo mantiene en su zona de confort. Sabe que si callas nada lo derriba. Pero ¿y si hablas? Los monstruos más peligrosos son derrocados ante la fuerza de la palabra. Por eso, Belén López Peiró nos invita a reflejarnos en su historia. A sentir rabia con ella. Nos incita a que ya no permitamos que las violaciones sean “moneda corriente” y a que luchemos para que los agresores ya no se apropien de los espacios y, al contrario, sean evidenciados y castigados.

Con prosa sencilla y fragmentaria, la autora nos presenta una historia colectiva que pocos se atreven a escuchar. Por qué volvías cada verano desmantela a los agresores, quienes no son ajenos a nuestra cultura, sino parte de ella. Es un libro indispensable para comprender qué nos está pasando y en qué mundo vivimos. Pero, sobre todo, es imprescindible para que las víctimas sepan que no son casos aislados, que se puede combatir la violencia y que el abuso no debe ser una realidad silenciada.

Página interior de la novela Por qué volvías cada verano

Semblanza de la autora de la reseña

Dora Luz Herrera Jiménez (Naolinco de Victoria, Veracruz, México, 18 de abril del 2000). Egresada de la Licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, posee una especialización en Claves para la igualdad de género por la Universidad Nacional Autónoma de México, así como una certificación en Feminismo, género y política por la Universidad Autónoma de Barcelona. Además, ha cursado cuatro certificaciones en Escritura Creativa por Wesleyan University (Certificados en Linkedin: www.linkedin.com/in/dora-luz-herrera).

En 2024, publicó su primera antología de relatos, Fémina: Memorias que el tiempo no ha borrado, disponible en Amazon y en la editorial Novel Editores (Veracruz). Fue becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas en el “Curso de Creación Literaria para Jóvenes 2022” y ha contribuido con relatos a antologías como Voces del Totonacapan (2023), y Cuando duele el amor (2025). Recibió una mención honorífica por su relato “Hasta mi puerta” en el XIII Concurso Nacional de Narrativa “Elena Poniatowska” y el tercer lugar en el concurso universitario “Calaveritas”, de la Mega ofrenda UNAM 2021. Recientemente, obtuvo el Segundo lugar en el III certamen de relato corto “Desigualdades” en España, organizado por Acción en Red Madrid y es finalista del II Premio Nacional Sophia – FILCO de Literatura Joven «Voces del Futuro» 2025.

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