Veinte años después, yo seguía leyendo el libro.
Umberto publicó en 1980 ‘El nombre de la rosa’, título que cito en mi ensayo sobre el amor cortés, editado por Dykinson junto con otros de mayor mérito sobre el derecho entre concepciones sistemáticas y visones literarias. Fue en 2019, tres años después de su muerte. Y no acudí ni al libro, repleto de simbología, ni a las escenas magníficas de la película en la que Guillermo ‘Sean’ Baskerville ‘Connery’ enreda con la obra perdida de Aristóteles a dominicos, franciscanos y ¿cuáles eran los otros? Porque son tres, como las repeticiones de Buñuel en ‘El silencio de los corderos’, que alguien eliminó porque creía que eran errores… Como el incendio de la biblioteca del Monasterio.
– «El péndulo de Foucault», de Umberto Eco
– Editorial Lumen, segunda edición, 1989.
Una de las malditas frases de Eco, dicen que dice: ‘los buenos poetas queman sus libros’. No juguemos con fuego. Bueno, a Dios gracias los suyos no, porque Eco, el semiólogo, el intelectual, el investigador, el catedrático… era un poeta, y no del todo malo. Los libros son para investigarlos, creo que dijo también. No estoy ni de acuerdo ni en desacuerdo, estoy en ello.
¿Por qué se le ocurrió, ocho años después de sembrar ‘…la rosa’, plantar ‘el péndulo’? ¿Es que oscilaba, como la realidad en El Quijote? Ocho, ese número de la mitología china, travieso defensor del misterio.
Stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus. Lo que tenemos de la rosa, es solo el nombre… Y todo por el péndulo. Me aburre mucho defender ideas con las que estoy de acuerdo y leer novelas en las que se entiende todo. Por eso me fascinan Foster Wallace, que Dios tenga en su gloria, y Joyce el impertérrito adolescente torturado, y John Kennedy Toole, con su cortejo de necios. No es una lista, claro, es un aviso para diplomáticos, que amo como los kimonos de seda que deben vestir embajadoras de palidez rosada en su acento políglota. Ya dijo el viejo Whitman: ‘si me contradigo, pues me contradigo. Soy inmenso y abarco multitudes’. ¡Qué bochorno esto de los imperios!
Antes de que Eco publicase este maravilloso libro, había entrado yo en alguna de sus intrigas. Fue en 1981 con la EEE, la Escuela de estudios esotéricos, y la metódica estructura de Don Umberto me resultó, siete años después, familiar. Hoy venden como rosquillas —tedium vitae— novelitas de templarios, pirámides y da Vinci, y se alimentan inteligencias artificiales en las cochiqueras de los grandes premios. Se ha descubierto, a través de las llamadas redes, cómo pescar likes, o sea anzuelos para incautos. Por tanto, el primer párrafo de mi reseña es que os alejéis de esta obra, no sea que, como temía el vanidoso Erasmo, aurículas teneras mordaci radere vero, hieran vuestras tiernas orejillas sus palabras mordaces, léase, sus intrigas excelentes.
¡Ah! Benedictinos. El tercero en discordia, digo.
El tiempo enseña, la historia deforma. La hegemonía conforma, y las imprentas, los audios y el resto, las secuelas de la primera pintura neolítica de comunicación, informan. Unos trabajan, otros gastan. Siempre los mismos. El péndulo es un símbolo de la memoria que acompaña la puesta del Sol. Tú volverás, como MacArthur, como los políticos en exilio, como los altos cargos girando puertas. El problema de la piedra filosofal ha desaparecido. Ahora son los presupuestos. Los conquistadores requerían obediencia antes de comenzar los expolios y las matanzas. Obediencia y fe. Cruz y espada. Es el prurito de los antiguos príncipes y los nuevos monarcas, que son los presidentes y jerarcas. La burocracia se retroalimenta, pero no es solo la de los papeles en las ventanillas, para cabrear súbditos. Es la de las instituciones, que se reparten entre multinacionales y delincuentes. Así dijeron unos que era la posición pendular de la historia, las llamadas izquierdas y derechas. Sí se colocan manteles y se dan espaldarazos. Se burló nítidamente de ellos el tristemente tratado Cervantes, a quien sorprendió el éxito de sus delirios, porque no lo eran. Es el patrimonio insólito de las mayorías, contra las que se legisla y a las que se exprime. Eco hace que el péndulo se detenga como el instrumento del radiestesista. Se coloca la medalla, se da el diploma, se aplaude, y se va uno a tomar copas. Luego llega la intimidad, y la piedra filosofal se rebela. Esa no soy yo, dice. Quiero un amante. Algo que me devuelva la raíz, o al menos que horade un poco la tierra oscura de esta prisión. Una metáfora que hoy viene, 2021, como anillo al dedo. El Nuevo orden mundial era el gran complot. Y antes el laberinto. Y quizá antes el Paraíso. Vamos a jugar, porque somos prisioneros. Debemos traicionarnos para sobrevivir. Eco nos invita, nos desafía, pero sabe que estamos mirando para otro sitio. Y para eso 584 páginas.
SEGUNDA PARTE
Nunca consultar otras reseñas. Nunca acudir al dios Google. De modo que ésta mía resulta extraña y divergente. Es mi intención mostraros cómo ese libro tiene mucha más enjundia que la que pudo imaginar: Eco Eco Eco. Don Umberto se afeitaría las barbas semióticas si me leyera, que seguro lo está haciendo. En realidad, esta reseña es suya. Soy un amanuense pelmazo. El Péndulo no oscila, lo que oscila es el mundo. Así que adelante habituales buscadores de consuelo y adeptos de la sabiduría —que es lo mismo— y espíritus melancólicos, personas preparadas que creen en fantasías… Aquí Giorgio Colli aparece, travestido de guerrero macedonio, con su gramática. Perded el sentido de los límites, idead que verdad y tradición caen de bruces, o de cabeza, cuando la localizan, en el archipiélago de los sorprendente. Los remisos a aceptar el esoterismo como si fuera una colisión de antimateria con alguna de las críticas kantianas, doblen sus rodillas ante la sabiduría antigua, si es que hay otra. En la página 255 de mi texto aparece, por fin, para deleite del Planeta, o sea diría el ínclito Umbral, Sierra y etcéteras, la pila eólica de Herón, Helena con h, utilizada por los egipcios. Recomiendo la lista de libros raros, yo estéril usuario de los necromicones y de Pseudodoxia epidémica del gran Thomas Browne, que no es el Guillermo Brown de Richmal Crompton, una señora, por cierto. Bien editado por Siruela —qué suerte ser rico— mete en su espléndido catálogo hasta las chorradas de Jodorowsky; sólo le falta algo de las sombras que Arrabal tomó de Beckett, el canónigo perverso. Por lo de di-vertere y en general salirse del camino. El eco Eco del Péndulo llega al centro de la Tierra, que ni es plana ni deja de serlo, todo es según el tamaño de lo que midas, Midas, Telluris Theoria Sacra de Burnetius. He tenido una conversación en la que se me recrimina el Caos, bendito sea Dios y los talleres de escritura y demás bordados sobre bastidor. Intento persuadir a la lógica, para que se pervierta, regresad unas líneas atrás, jugando con los sueños. ¿Habéis descubierto vuestro ego o las conspiraciones meditando? El secreto es más profundo. Por ejemplo, los egipcios —dato para el próximo best seller de J. Sierra— sabían eliminar la gravedad. Pero es que no eran egipcios, como tampoco eran medeos los sacerdotes medeos que utilizaban los sonidos para mover objetos. Y no era la música de las esferas. Entre las corrientes telúricas oscila el péndulo de ‘El Péndulo’, como la fuerza en Star Wars. Y en el centro como el cero místico de Agharta, un sol que no da luz sino movimiento, provocador y controlador. A Darwin le debió causar bursitis el que todo el mundo se creyera lo de las tortugas, y que todo el mundo rechace la existencia y coordinación de sociedades auténticamente selectivas. Eco habría disfrutado hoy con esto del Covid y las vacunas, los complots ocultos y los caballeros oscuros que no son superhéroes. La ciencia es la fe del carbonero y las supersticiones recuperan dignidad. Los influencers son ídolos, la nueva religión de las redes y su santoral se toma en serio el nuevo culto. El péndulo lo pilla en una oscilación y remata por la escuadra las analogías entre los mitos, que yo he llamado muchas veces unidad trascendente, copiando el título del buen Frithjof Schuon que tiene nombre de pato nórdico a las finas hierbas.
TERCERA TOSTA
Nos mete Eco lo del Grial, a mayor gloria de los Códigos, las Cenas, las sagas y Jesús de Nazareth socio de booking.com. Ni caso, es una de sus boutades. Pero leedlo porque es guay. La sang real, santo grial. Fascinante. ¡Qué tipo tan guasón! Tampoco os creáis lo de las 7 hermanas, eso del petróleo y los símbolos cabalísticos del universo. Mucho menos ahora que la creación es eléctrica y Tesla o Benzos se van a dar vueltecitas por el espacio mientras los niños de Madagascar se mueren de hambre, porque a este subgénero de especie le falta un hervor. Lo de los templarios está muy visto, sale hasta en el maravilloso libro de Urantia si te pones a buscar. También aquí Eco inspira otros Amazon que se venden como si los publicitase Mediaset. Como en Hamlet la del rey muerto aparece pendular la sombra de Platón suplantada por Borges y las palabras creadoras, eso me gusta. Y también las simbologías de comer, la Comunión. Muy a lo azteca. En fin, que EcoPénduloFoucault hay que digerirlo, que no se hizo la miel para la boca del asno, queridos, ni Joyce para los suplementos culturales de la prensa, aunque los dirigiera algún eximio R. Lafuente, en su día, y a mí no me citara ni una línea, nulla dies sine linea, en sus quince años de reinado. Eso es latín, y dies femenino, que el corrector lo ‘correctoriza’ y algún latinista también. Si Eco hubiera conocido a Picasso cuando intertextualizaba, o sea, copiaba los modelos africanos de escultura y dibujo, le habría presentado a John Dee, y a Saint Germain, nada de surrealismo de baratillo, casar sustantivo y adjetivo en sintagmas pseudo poéticos, y quizás habrían hecho la auténtica revolución. Lo malo de los revolucionarios, como ese Lenin, es que luego no saben que hacer con las revoluciones y se hacen un taco. Dedico a César Vidal el párrafo sobre la mascarada masónica, inventada por Anderson, un pastor protestante muy zarzuelero. Claro que el rito escocés es francoalemán, como las vacas suizas. A ponerse el mandil, que salpica.
EPI-GONO-LOGO
Voy a hacer que termino con mis trece brindis.
No es necesario que terminéis de leer El péndulo ni esta llamada reseña.
El primero al invisible (1), al Real (2) de San Germán —y van tres— a la Grande el cuarto, a los superiores desconocidos el quinto, que no es de lidia y al encuentro de Casanova y el oro es el sexto. Viene de Oriente el séptimo, que unifica la ruta del Canal. Por la luz el octavo, efímero hasta Bakunin que une en el nueve los sabores, hasta que Dumas (10) invente su collar, presa de gargantas —este es el once, no os perdáis— que caen y resurgen en cien años (12). Con la rosa y la cruz (13) rama dorada, matutina estrella (14) de Yeats, magia de Mozart, la transformación del trece.
¿Alguien sabe qué es el Tarot? Porque me ha salido uno de más.
Ahora, copa en ristre, pie en el estribo, buscad, y encontraréis. Todo está en el libro.