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“Cierra tus labios y abre la ventana de tu corazón”, insiste Yalāl al-Dīn Rūmī, quien en el siglo XIII cantaba, entregado, a ese tesoro oculto, a eso que está al otro lado del velo. Rūmī, uno de los más destacados sufíes de la historia, sin duda uno de los más prolíficos literariamente, invita a callar, porque así se descubre algo: “El silencio, un estado del alma… las palabras, un estado de la razón”. En el libro Poemas Sufíes la respetada editorial Hiperión presenta una selección de Alberto Manzano, poeta a su vez, traductor y biógrafo. En esta entrada se comparte un breve análisis.
La selección de 145 poemas que hace Alberto Manzano es un filtro de la obra de Rūmī. De ahí que él nos transmita a los lectores su propio sesgo, en el buen sentido de la palabra. En estos poemas sufíes se pueden observar por lo menos dos grandes insistencias de Rūmī: su admiración, amor y devoción por Shams-i Tabrīzī, también llamado El sol de Tabriz, pero, sobre todo, su defensa, su anhelo, por el inevitable regreso a dios, a la fuente, al paraíso, al “sin lugar”, dice. No habla mucho explícitamente de dios en sus poemas, aunque en alguno dice “la totalidad del deseo es Dios El Más Alto”. La poesía de Mawlana Rūmī se enmarca en la poesía mística islámica teosófica del siglo XI.
Cuando la conexión a internet falla y no puedes ver nada en la pantalla, entonces tomas un libro como este, porque su señal, su conexión, es infalible, no entiende de distancias ni de tiempos. Rūmī escribió a lo largo de su generosa obra poética que hay una señal, en verdad infinita, que llega a todo, que atraviesa todo, y con la cual busca y logra sintonizar. Los poemas en esta publicación declaran una y otra vez que solo hay un camino: el camino de regreso a dios. Pero “dios” es algo que el sufismo entiende de una manera diferente a la comprensión más mainstream del término. Leer más sobre el sufismo.
Rūmī también es un exponente del sentir profundo del islam, pero él mismo traspasa los límites de los clubes religiosos; afirma que ya no es de ninguna religión ni de ningún país: “Mi lugar es el Sin lugar, mi señal es la Sin señal” (2016:45). En muchos poemas sufíes, de este autor y de muchos otros, los límites de la religión son traspasados una y otra vez.
El sol de Tabrīz
Alberto Manzano recuerda en el prólogo que el encuentro con Shams al-Dīn de Tabrīz impactó e inspiró sobremanera a Rūmī. Encontró en este derviche de Tabriz (hoy en Irán), a un aliado divino, a un maestro, el cual tenía 22 años más y que llegó a convertirse en su tutor espiritual. La tradición sufí afirma que la enseñanza ocurre en la interacción entre maestro y pupilo, más allá de lo escrito.
La selección de poemas abunda en el tópico de admiración por el Sol de Tabrīz, mostrando numerosos ejemplos en los cuales le declara su amor. Se lee una verdadera adoración, una poesía adoratoria, cierta exacerbación, una hipérbole: “Sin el poder imperial de Shams al-Dīn de Tabrīz, uno no podría contemplar la luna ni convertirse en mar” (2016:64) … “Shams – i Tabrīzi tú eres el sol dentro de la nube de las palabras; cuando tu sol se elevó, toda habla fue borrada” (2016:43). Recuerda al libro de Rūmī «Diwan de Shams de Tabriz».
De hecho, muchos de los poemas cierran con una frase de alabanza a Shams de Tabrīz. Es una manera de poner un sello, un agradecimiento al final o una exaltación a Shams, en unos textos en los que repite la necesidad del regreso místico a lo eterno y lo imperecedero. Yo lo entiendo como si dijera “gracias al ejemplo de Shams – i Tabrīzi, a quien hecho de menos, he comprendido esto”:
- “El rostro de Shams-i Dīn, gloria de Tabrīz, es el sol cuya estela los corazones como nubes persiguen” (2016:126).
- “Lluevo en presencia de Shams al-Haqq i Tabrīz, para que los lirios puedan crecer en la forma de mi lengua” (2016:131)
- “El sol del rostro del Shams al- Dīn, gloria de los horizontes, nunca brilló sobre nada pasajero, sino que lo hizo eterno” (2016:65)
- “Cada uva verde está lamentándose <Oh Shams – i Tabrīzi, ven, pues a causa de la inmadurez y la falta de sabor estoy gimiendo en mi interior>” (2016:124).
El Amado
Pero además de Shams – i Tabrīzi, Rūmī se refiere insistentemente a El Amado. No he entendido que se traten del mismo objeto de amor. Mientras el maestro sufí es tenido como una gran luz que ilumina el camino, el amado es a donde lleva el camino. El amor hacia el amado es el camino que hace descubrir, quitar el velo. El camino es un camino de regreso hacia “eso que la imaginación nunca ha concebido, que el entendimiento nunca ha visto”.
Los poemas de Rūmī insisten en que la vida en el mundo es solo un momento y una suerte de envoltorio que contiene. El cuerpo, un contenedor, una cárcel del alma. Más allá de sus límites estaría un todo al que podríamos llegar (regresar). Este amor implica superar la voluntad, despojándose de ella. Implica abandonar el ego.
Por lo menos, hay que comentar dos cosas. La primera, si finalmente regresamos a ese océano del cual nos hemos evaporado hacia una vida y hacia el cuál volveremos por alguno de sus afluentes ¿hay alguna prisa por regresar? ¿Para qué buscar ver de cerca eso a lo que se volverá? Tal vez el objetivo no es ni volver prematuramente, ni ver la fuente. Tal vez es solo saberse embarcado en un afluente. Parece poco, pero conocer “La Verdad” en vida ha sido uno de los principales anhelos de la humanidad. ¿Cuál es la verdad de la existencia? Esa es la pregunta mística que intenta contestar. La segunda, la máxima muestra de voluntad sería tener la voluntad de renunciar a la voluntad. “El que no ha escapado de la voluntad, no tiene voluntad” (2016: 61). En un poema, Rūmī escribe que el amor es la renuncia a la voluntad.
La danza giratoria de los derviches Mevlevis, de la que Rūmī es fundador, simboliza la extenuante búsqueda del amado, de La Verdad. Ese girar y girar es una disolución, una fuerza centrífuga que aleja a tu yo del centro, dejando ese lugar libre, dejándolo fértil para que algo más crezca. Es un torbellino que barre con todo, incluso con la razón. Solo después La Verdad aflora.
El regreso y la negación del yo
Para Yalāl al-Dīn Rūmī experimentar el no ser es un silencio en el cual el yo se acalla para ser ocupado o disuelto en algo libre de límites: “Que el pez de tu alma pueda escapar de esta charca, y sorber agua del mar ilimitado (2016: 74). En la poesía de Rūmī hay una suerte de negación del yo, y afirmación del dios. “Rūmī es nadie” afirma.
El amado sería el mismo velador. Pero ¿el amado es solo amado o también ama? A diferencia de otra poesía, cristiana por ejemplo, aquí no hay ninguna mención acerca del amor que reciben los vivos. Rūmī nunca canta, en esta selección, sobre el amor que recibe, solo sobre el objeto del amor, el amado. Esta reflexión también me ha hecho pensar en la relación que existe entre las palabras amor, amado, amo (señor). Claramente el amado, es el amo de todo y todo cae en sus manos otra vez.
“Sus llamas son como agua” … “Contigo ¿qué miedo tenemos a la pérdida, tú que conviertes todas las pérdidas en ganancias?” Con el amado no hay pierde. El miedo a la muerte se convierte en la alegría del renacimiento. “Impón en tu alma la crueldad y la tiranía del amado” sentencia Rūmī, queriendo enfatizar que rendirse ante él es el único camino.
“Ineludiblemente todo hombre que ha nacido debe partir… El tazón del cielo no ha visto nunca un plato que al final no cayera del tejado” (2016: 105). Volver a la fuente amada y purificadora, es a la vez una esperanza y un camino por el que vas, aunque no quieras verlo. Creas o no en una u otra religión, parece que ese “volver” también apela a la transformación de la materia.