A las masas no se les puede conducir a través del ejercicio de la razón, explica Gustave Le Bon. No necesitan explicaciones complejas ni mucha reflexión, por el contrario, necesitan ilusión, emociones e ideales conmovedores y contagiosos fáciles de defender. Pero las masas por sí solas no podrían actuar, “la masa es un rebaño que no sabría carecer de amo”, dice Le Bon.
Este texto es la segunda parte del Análisis del libro La Psicología de las masas, escrito por Gustave Le Bon a finales del siglo XIX
Para conducir a una masa sobra razonar, es menester actuar desde el sentimiento: “Para vencer a las masas hay que tener en cuenta primeramente los sentimientos que las animan, simular que se participa en ellos e intentar luego modificarlos provocando, mediante asociaciones rudimentarias, ciertas imágenes sugestivas; saber rectificar si es necesario y, sobre todo, adivinar en cada instante los sentimientos que se hacen brotar” (2020: 75). Es decir, para conducir a una masa es necesario dominar una retórica sentimental.
Habría dos tipos de líderes de masas: los enérgicos, de fuerte voluntad, pero solo momentánea, y los que tienen una voluntad fuerte y persistente. Estos últimos lograrían responder con más aliento a la inmensa sed de obediencia de las masas: “No es la necesidad de libertad lo que domina siempre el alma de las masas, sino la de servidumbre” (2020: 79).
“Conocer el arte de impresionar la imaginación de las masas equivale a conocer el arte de gobernarlas”
Gustave Le Bon
Recalca el autor que las ilusiones y fantasías guían a las masas y no la razón: “¿Hay que lamentar que la razón no se erija en guía de las masas? No osamos decirlo. Es indudable que la razón humana no ha logrado impulsar a la humanidad por las vías de la civilización con el ardor y la osadía con que la han impulsado sus quimeras. Hijas del inconsciente que nos rige, tales quimeras eran probablemente necesarias.” (2020: 76).
¿Cómo debe ser un jefe de una masa psicológica?
El jefe de una masa debe, a su vez, estar invadido por un ideal, por una ilusión. Debe estar cegado por ella y tener una gran voluntad. Su gran voluntad supliría la pérdida de voluntad de las masas. Los jefes de las masas no serían hombres de pensamiento sino hombres de acción; neuróticos, semi-alienados, al borde de la locura. Capaces de sacrificar todo por cumplir su objetivo. Un gran jefe de una masa ha de ser un gran orador, al mismo tiempo subyugado por una creencia, afirma Le Bon. Ejemplos de estos líderes serían: Lutero, Robespierre, Pedro el ermitaño, Napoleón.
Inculcar una idea en el espíritu de las masas
Para hacer penetrar una idea en el espíritu de las masas hay que afirmar y repetir. Napoleón decía que en retórica no hay más que una figura: la repetición. La repetición ha probado ser un arma poderosa para fijar ideas y modas y lograr su imitación. Actualmente, lo vemos frecuentemente con las canciones de moda, la propaganda política, slogans y en general con toda la publicidad. La publicidad debe su poder a la repetición, a la reiteración de un mensaje, de un relato, lo más frecuente y lo más presente posible. Pero la repetición solo es posible, si detrás hay un gran poder que permite presentar, insistente e incansablemente, un mensaje en el mayor número de lugares y momentos posibles.
Lograr que las masas imiten una moda, un estilo de vida o a un personaje es un gran hito. Pero la imitación es un efecto de la repetición y el contagio: el contagio de ideas, opiniones y creencias permite la imitación y, por lo tanto, la reproducción del modelo. Imitación que a menudo es inconsciente. Sabiendo que el ser humano imita por naturaleza, Le Bon afirma que “A las masas se les guía con modelos, no con argumentos” (2020: 82). De lo anterior se concluye que el emisor del modelo, de las ideas y de las afirmaciones ha de ser creíble y respetado, debido a lo cual Le Bon subraya la importancia del prestigio de las ideas y de los individuos para que el contagio sea posible. Sin prestigio no es posible conducir a una masa. El prestigio es un tipo de fascinación sobre el espíritu que conlleva al contagio, a la creencia y a la imitación.
“Los conductores de masas tienden a sustituir progresivamente a los poderes públicos”
Gustave Le Bon
Crear fe es el gran objetivo al conducir una masa.
“Creed en lo que os digo” afirma el orador. La fe es la gran fuerza ciega, no hace falta ver para creer; todo lo contrario, es la creencia, sin suficiente evidencia, la que alimenta la ilusión: “Crear fe, ya se trate de fe religiosa, política o social, de fe en una obra, en una persona, en una idea: he aquí el papel, sobre todo, de los grandes conductores de masas… Frecuentemente, los grandes acontecimientos de la historia fueron realizados por oscuros creyentes que no tenían más que su fe.” (2020: 78). No obstante, las creencias no son inmunes al paso del tiempo y éstas pueden cambiar. Le Bon reconoce que hay grandes creencias permanentes que se resisten al cambio, pero cuando ceden cuestan revoluciones: “Las revoluciones que comienzan son en realidad creencias que concluyen” (2020: 90).
Las creencias están en la base de todas las culturas, observación que no escapó a Le Bon. Para él, las creencias generales eran el sustrato mental de la raza de un pueblo y los soportes necesarios para la civilización. Cambiar de creencias generales implica cambiar de civilización.
Clasificación de las masas
Para Gustave Le Bon no todas las masas son iguales, algunas más uniformes, otras más diversas, una más legales, otras más informales. Su clasificación está dada principalmente por la heterogeneidad o la homogeneidad de la masa. Así es como Le Bon las clasifica:
a) Masas heterogéneas
- Anónimas (multitudes callejeras, por ejemplo)
- No anónimas (jurados, asambleas parlamentarias, etc.)
b) Masas homogéneas
- Sectas (sectas políticas, sectas religiosas, etc.)
- Castas (casta militar, casta sacerdotal, etc.)
- Clases (clase burguesa, clase campesina, etc.)
A diferencia de las masas heterogéneas, las masas homogéneas engloban a individuos que comparten educación, profesión, intereses socioeconómicos y/o creencias religiosas. En las masas homogéneas se encuentran las castas militares o sacerdotales, las sectas religiosas y políticas, y las clases sociales. Según el autor, en el libro solo se ha ocupado del análisis de las masas heterogéneas. Algo que las une a todas las masas es que “las masas tienen opiniones impuestas, jamás opiniones razonadas” (2020: 115).
Los jurados, las masas parlamentarias y las masas electorales serían masas heterogéneas. Frente a estas últimas se pregunta ¿qué debería tener o hacer un candidato para seducirles? Consecuentemente con lo expuesto a lo largo de su estudio, responde:
- Prestigio
- Hacer fantásticas promesas
- Abrumar con extravagantes y serviles adulaciones
- Ante los obreros, fustigar a los patronos
- Mediante afirmación, repetición y contagio, convencer que el adversario es el último de los canallas y que nadie ignora sus delitos
Como se ve, los anteriores factores se ven en las campañas políticas actuales. Teóricamente, Le Bon preferiría un modelo de gobierno por una élite; un modelo piramidal según el valor mental de los individuos. Sin embargo, debido a que en masa los hombres se igualan, si el sufragio fuese restringido a profesores, expertos y científicos, los resultados serían los mismos. ¿Por qué? Porque todos los sufragios reflejan las necesidades inconscientes de la raza, defiende Le Bon.
En el caso de las masas o asambleas parlamentarias (heterogéneas, no anónimas), están influidas por los líderes del partido, quienes no actúan guiados por la razón sino por su prestigio. Líder que, además de elocuente, bien conoce “la fascinante influencia de las palabras, las fórmulas y las imágenes”.
Son grandes practicantes de las afirmaciones generales en términos conmovedores. Pese a todo, en las asambleas parlamentarias se da la excepción de que a veces sus integrantes logran conservar su individualidad; según Le Bon, las mejores leyes son siempre el fruto del ingenio individual y no colectivo.
Pese a los defectos de su funcionamiento “las asambleas parlamentarias representan el mejor método encontrado hasta ahora por los pueblos para gobernarse y sobre todo para sustraerse lo más posible al yugo de las tiranías personales […] No presentan, por otra parte, más que dos peligros serios: el despilfarro financiero forzado y una progresiva restricción de las libertades individuales.” (2020: 125).
En el cierre del libro Gustave Le Bon reitera que la creciente importancia e influencia de las masas era un síntoma preocupante en su época. Junto a las diversas guerras y revoluciones de su siglo, observaba que su civilización estaba en un estado de senectud y que estaba condenada a declinar. Siguiendo su marco evolucionista, Le Bon creía que en su tiempo se vivía un debilitamiento de las ideas y creencias que mantenían al alma de la raza, todo lo cual dejaría sin un ideal común a un pueblo en el que “divididos por sus intereses y sus aspiraciones, no sabiendo ya gobernarse, los hombres piden que se les dirija hasta en sus menores actos y el Estado ejerce su absorbente influencia” (2022: 129).