La hoja que no había caído en su otoño es una narración breve del escritor venezolano Julio Garmendia (1898 – 1977). El cuento nos sumerge en el concepto del rechazo al envejecimiento, pero, sobre todo, refleja cómo la juventud y la belleza son efímeras, mientras el tiempo deja huellas en cada paso vital: “No se dejaba llevar por ráfagas ni soplos, ni permitía que las lloviznas la ablandaran, ni se dejaba besar por vientecillos, ni tampoco quería caerse al suelo,…”.
En este marco, Garmendia, con su estilo distintivo de contar historias y su vinculación con la naturaleza, da vida al texto y fantasea con lo inverosímil y ficticio. Busca, con un lenguaje sencillo, pero profundo, reflexionar sobre la humanidad y desafiar los estereotipos que generan ansiedad y miedo ante los retos del tiempo: “… y la hoja que aún no había caído empezó a sentirse mal, a recordar el tiempo de antes… ¡De todo esto hacía tan poco! ¡Fue ayer nomás!, le parecía. …”.
Garmendia, Julio (1898 – 1977)
La hoja que no había caído en su otoño, publicado en el libro con el mismo nombre (1979)
El cuento relata cómo la hoja se aferró a su rama y por miedo o por ser presumida, no se atrevía a soltarse de su comodidad y aprovechar su tiempo. Llegaron nuevas estaciones y con ellas surgieron bellos y frescos brotes de hojas que pavoneaban y la miraban con desdén y burla: “¡Ay, qué sandeces! ¡Ay, qué tonta! ¡Ay, pero qué chocha! ¡Está chiflada! ¡Ja, ja, ja!”. Ella no había aprendido a valorar la belleza de cada etapa de su crecimiento y, ahora con añoranza lamentaba su senectud, una realidad complicada. Al principio, se opuso a caer, pero con el paso del tiempo, ya vieja, marchita y fatigada, imploraba al viento, a las aves que la liberaran y anhelaba desprenderse de su rama para hallar la libertad y la paz: “-¡Llovizna pasajera! ¡Llévame contigo! ¡Llévame a reunirme con las hojas, con las hojas que las lloviznas de antes se llevaron!”.
El narrador, con un alto sentido simbólico, expone la sobrevaloración de la juventud y belleza como íconos sociales que prevalecen por encima de muchos otros valores. “… Se había encogido y arrugado, y crujía como un bizcocho más bien que como una hoja; cuarteada y destrozada por todos los males del otoño, …”. Nos recuerda el libro “Elogio a la vejez”, de Hermann Hesse (1877 – 1962), donde él nos muestra que la vejez es un proceso natural e inevitable; cada cana y cada arruga deberían formar parte de nuestra memoria y recuerdos más preciados.
La hoja que no había caído en su otoño es un hermoso cuento que despierta sentimientos y nos anima a evitar la ansiedad que genera el paso de los años. Esto implica afrontar la realidad de forma coherente con nosotros mismos y aprovechar cada episodio que vivimos. Nos revela lo finito del trayecto a recorrer y que la calidad de vida está vinculada al enriquecimiento de los pensamientos para poder controlar las emociones en la edificación del espacio y el tiempo. Nos enseña cómo convertirnos en constructores de nuestro propio destino, internalizar cuándo retirarnos y a abrazar el ocaso del camino. Así, la historia nos brinda una lección significativa: «Lo que niegas te somete, lo que aceptas te transforma. Aquello a lo que te resistes, persiste» Carl G. Jung.