John Maxwell Coetzee logra integrar en la novela “Desgracia” muchos temas: cierta preocupación por envejecer, la sexualidad en la edad madura, la relación padres e hijos, la tensión sociocultural y racial en Sudáfrica, el vínculo con los animales y el contraste entre ciudad y campo. Todo, asentado sobre una base moral que cuestiona a los personajes y a los lectores; tanto la sexualidad intergeneracional como las relaciones de poder entre profesores y estudiantes o entre blancos y negros en el campo, son fenómenos descritos en esta novela logrando que el lector sienta su propia posición moral y se pregunte qué está bien y qué está mal. Recientemente, alguien me ha comentado que este libro le ha parecido muy bueno, pero que los seres humanos de la novela, los personajes, todos o casi todos, le parecían desagradables. Es una observación interesante, en especial por el personaje de David Lurie, a quien el lector logra conocer desde cerca. Tal vez esta reseña literaria ayude a dar cuenta de una de las virtudes de J.M. Coetzee, la humana crudeza de sus personajes.
• Coetzee, J.M. “Desgracia”. De bolsillo. Penguin Random House. Bogotá. 2023
• Primera vez publicado en 1999.
• Traducción al castellano de Miguel Martínez-Lage
El personaje principal de la novela es David Lurie, un profesor de comunicación en una universidad de Ciudad del Cabo, divorciado, tiene 52 años y paga servicios sexuales y afectivos a una agencia de lenocinio. Tiene tendencia al enamoramiento fácil ya que las repetidas sesiones con su trabajadora sexual, una musulmana a quien conoce con el nombre de Soraya, despiertan en él cierto interés afectivo. Piensa que el lenguaje humano viene en realidad de la canción, de “la necesidad de llenar por medio del sonido la inmensidad y el vacío del alma humana” (2023: 10) y en la asignatura a su cargo intenta profundizar en la obra del poeta romántico William Wordsworth. Es profesor, pero no por vocación; sabe que los estudios sobre poesía romántica poco emocionan a los jovenzuelos actuales y a él tampoco le molesta, porque en realidad los estudiantes no le importan. ¿Es David Lurie un existencialista? ¿un nihilista? Si ya has leído esta novela, escribe en los comentarios tú qué piensas.
La novela se construye alrededor de ese momento en la vida de David Lurie cuando, fiel a sus necesidades sexuales, se folla varias veces a Melanie, una joven estudiante que asiste a su clase, 30 años menor que él o algo así. En parte la convence y en parte ella lo busca. La novela no lo explica y deja que el lector saque sus propias conclusiones morales. Aunque David sabe que su experiencia y posición ha favorecido que Melanie consienta. Aunque David piensa que todo ha tenido algo de violación. No obstante, no se siente un malhechor. La historia tiene un punto de giro cuando el padre de Melanie, y tal vez un amigo o novio de ella, logran, junto a Melanie obviamente, denunciar a Lurie por acoso sexual y abuso de poder.
“Las novelas luminosas y desconcertantes de J.M. Coetzee revelan que la verdad es siempre extranjera”
Javier Marías
Es interesante que D. Lurie reflexione sobre su vivencia sexual con la joven Melanie, porque se siente lejos de aquellos años juveniles, tiene cierta nostalgia, disfruta, pero también siente, y sabe que por diestra y siniestra tiene toda la pinta de ser un viejo verde. Pero según él, Melanie le había despertado algo como un sentimiento puro, si es que aún tenía de eso. “Tal vez los jóvenes tengan todo el derecho del mundo a vivir protegidos del espectáculo que dan sus mayores cuando están inmersos en los espasmos de la pasión. A fin de cuentas, para eso están las putas: para hacer de tripas corazón y aguantar los momentos de éxtasis de los que ya no tienen derecho al amor” (2023: 59).
La novela se llama “Desgracia”, no en vano. David Lurie ya no tiene edad ni es su carácter intentar remediar nada ni quedar bien con nadie. Confiesa su culpa cuando una comisión universitaria le pide su testimonio. Confiesa que fue una experiencia enriquecedora. Era inevitable que perdiera su trabajo y gracias a ello viaja al campo en la provincia del Cabo Oriental, al parecer, cerca de la ciudad de Grahamstown, donde su hija Lucy se ha ido para hacer su vida neorrural. Allí está fuera de lugar, pero consigue uno o dos descubrimientos personales.
Su hija Lucy lo convence para que trabaje en el servicio de voluntariado de Bev Shaw, una mujer madura que ayuda a poner fin, decorosamente, a los animales de compañía que ya no tienen oportunidad alguna para una intervención veterinaria. “Me dijo que usted tiene problemas” le dice Bev a David, y él contesta: “No solo problemas. Supongo que he caído en desgracia” (2023: 110). Y más aún cuando un día llegan a la casa de Lucy 3 asaltantes, matan a tiros a los perros que ella cuida, le dan una paliza a David, roban su coche y violan a su hija. Este episodio visibiliza una realidad ni tan oculta en esa parte del mundo: aún más en el campo que en la ciudad, sobrevive un conflicto cultural y racial. Una mujer sola, sin hijos ni marido en el campo es algo raro, peligroso y casi intolerable. Lucy se pregunta si ese ha sido el precio a pagar por tener el derecho a vivir en el campo, territorio xhosa.
Los perros son unos seres importantes en esta novela; su cercanía a los personajes habla del vínculo con los animales. La cubierta de la edición que he leído tiene un perro. De ahí que el episodio, cuando los asaltantes matan a tiros a los perros en la guardería de Lucy, sea muy violento. Tiempo después David Lurie descubre que conecta con la obra social, más bien la “obra animal”, que hace Bev Shaw. La compasión por los animales resulta importante en la “clínica” de ella. El mismo Lurie encuentra que ayudar a Bev en las eutanasias y llevar posteriormente los cuerpos de los perros al horno-crematorio municipal le hace sentir, de alguna forma, que es una acción de higiene espiritual. Siente una profunda pena por los perros y por eso se convierte en “perrero”. Se sorprende de que un hombre tan egoísta como él se tomara la molestia de hacer voluntariamente este trabajo.
Pero nada de esto hace que David Lurie deje de ser David Lurie. Un buen día empieza a acostarse, en el quirófano, con Bev Shawn, no solo por sexo, sino por una mezcla de afecto y caridad. Y cuando uno de los perros, a quien había tomado cariño, le llega la hora de la eutanasia, David ni siquiera considera que puede quedárselo y cuidarlo. “Baas en Klass”, significa “Amo y sirviente”. Casi que así se siente David cuando ve que el vecino y celador de la tierra de Lucy, Petrus, trabaja en la tierra, las cercas, los animales, etc, mientras que el urbanita de David apenas halla qué hacer con él mismo, además de pensar en la supuesta ópera que quiere componer sobre Fausto y Teresa, “Fausto en Italia”, de la cual dice al final que “no es más que una larga y estética cantinela que Teresa lanza al vacío” (2023: 264).
Petrus resulta ser un familiar de uno de los violadores y esto desestabiliza a Lurie. Vuelve a Ciudad del Cabo, pero en el camino hace una pausa para hablar con Isaacs, el padre de Melanie y confesar sus sentimientos. Isaacs, es un profesor de colegio, muy católico y conservador. Invita a Lurie a cenar en su casa; al despedirlo Lurie ofrece sus disculpas e Isaacs le habla de Dios, de sus lecciones y sus designios. David ni se inmuta y regresa a Ciudad del Cabo, donde encuentra que su casa ha sido robada y vandalizada.
Vuelve entonces al campo para convencer a Lucy que se vaya de ahí, pero ella lo recibe con la noticia de que está embarazada de uno de los violadores y que va a continuar con el embarazo. Este conflicto de decisiones solo se agrava cuando Petrus declara, como un jaque mate, que se casará con Lucy, porque es la única manera de protegerla, agrandando su dote y sus tierras consecuentemente. Lucy está dispuesta a aceptar. El choque de Lurie con la cultura de la tierra y la herencia tribal sudafricana lo descoloca y afirma que su hija Lucy quedará muy mal, siendo la tercera esposa de Petrus, vendida la tierra, sin nada, peor que uno de los perros desahuciados de la clínica de Bev Shaw. David se busca un alojamiento en ese pueblo porque no tolera la realidad que vive su hija y sigue trabajando de perrero.
No he leído el libro, solamente lo conozco por esta muy buena reseña que me ha permitido pensar en lo que se relata, que es, me parece, algo frecuente actualmente; aquí, en Argentina suceden casos parecidos, como en otros países de Sudamérica.
Me parece raro que haya puesto como alguien viejo a un hombre de 52 años, yo estoy en los 85 , muy sano y fuerte, pero solo (soy viudo) y siento que comprendo como propio el argumento de la novela.
Entre paréntesis, señor Bueno, me permito hacerle notar que ha cometido usted un error de ortografía: «animales, etc, mientras que el urbanita de David apenas haya qué hacer con él mismo, además de pensar en la supuesta …» El verbo correcto era Hallar, no el pretérito de Haber. Lo de «urbanita» puede ser solamente un tema de teclado.
Gracias.
Hola Marce Hugo. Gracias por leer la reseña!
He corregido el error de ortografía, gracias.
Es verdad que 52 años no es viejo. En eso estoy de acuerdo. Saludos!