Es bien sabido que la literatura es un reflejo de la sociedad que la produce. Sin embargo, cuando estamos inmersos en esa sociedad, es común que perdamos la capacidad de asombro ante lo que ocurre en ella. Lo anómalo se vuelve costumbre y lo inaudito se normaliza. Es hasta que llegan obras como Temporada de huracanes que volteamos la mirada hacia el siniestro espejo que se sitúa frente a nosotros, para advertir, sin tapujos, en qué realidad estamos parados.
Dora Luz Herrera Jimenez
Por qué volvías cada verano y por qué volvemos a callar
Leer Por qué volvías cada verano de Belén López Peiró es sentir una opresión: los deleznables dedos que han manoseado los genitales de miles de niños ahora te someten a ti y susurran en tus oídos, con un aliento amargo y sombrío, “Shhhhh”. Silencio. Viene el silencio. La omisión de la verdad, la negligencia y el descuido. Silencio, solo el silencio. El que compartimos para que no nos venza el miedo. Palabra grave de ocho letras, tan frágil y a la vez tan irrompible. Infestada de tiempo, cultura y miedo.
Esa mudez se comprende al leer a López Peiró, quien exhibe una sociedad rota, inservible, inhumana, hecha añicos. La protagonista somos todas, todos, todes. Personas abusadas por seres cercanos: vecinos, tíos, hermanos, padrastros, padres (y uno que otro sujeto femenino). Niños y niñas que no comprenden lo que pasa y tienen miedo de nombrarlo y hacerlo realidad.
Las cosas que perdimos en el fuego y las que seguimos perdiendo. Reseña
Hoy terminé de leer Las cosas que perdimos en el fuego de Mariana Enriquez. No exagero al decir que dejó una fosa abierta en mi pecho. Esa excavación profunda exige que reflexione en mi entorno y en la realidad por la que transito cuando salgo de casa. Enriquez me recordó que en Latinoamérica el terror está impregnado en el aire, pero, por alguna razón, se diluye con el viento. ¿A qué me refiero? A que, aunque vivimos en constante pánico —en constante peligro—, lo hemos normalizado, al grado de que casi no lo vemos.
Escribo desde México. Ayer, mientras caminaba por el barrio, observé a dos niños saliendo de su casa. Felices, cargaban tres envases de caguama. Su papá los vigilaba desde la puerta. Ellos me miraron orgullosos. Intuí que las caguamas eran para su padre. ¿El señor de la tienda también lo entenderá así? ¿Entregará a los niños el alcohol con la excusa de que PROBABLEMENTE lo beberá su padre?