Veinte años después, yo seguía leyendo el libro.
Umberto publicó en 1980 ‘El nombre de la rosa’, título que cito en mi ensayo sobre el amor cortés, editado por Dykinson junto con otros de mayor mérito sobre el derecho entre concepciones sistemáticas y visones literarias. Fue en 2019, tres años después de su muerte. Y no acudí ni al libro, repleto de simbología, ni a las escenas magníficas de la película en la que Guillermo ‘Sean’ Baskerville ‘Connery’ enreda con la obra perdida de Aristóteles a dominicos, franciscanos y ¿cuáles eran los otros? Porque son tres, como las repeticiones de Buñuel en ‘El silencio de los corderos’, que alguien eliminó porque creía que eran errores… Como el incendio de la biblioteca del Monasterio.
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