Este relato tiene como personaje central a la alemana Mina de Vanghel, hija del conde de Vanghel, militar pero filósofo de vocación, quien deja la milicia y se retira en 1814 en Königsberg (hoy Kaliningrado). Como en otros cuentos de Stendhal aquí también se exploran relaciones y dramas de la aristocracia, y Mina de Vanghel, heredera de una gran fortuna, es la mujer protagonista, también hermosa, especial, única, aunque sombría: “el carácter romántico y sombrío que a veces brillaba en sus ojos”. La muerte de su padre y un posible y conveniente matrimonio con un oficial prusiano son suficientes motivos para exiliarse a París.
En este relato está muy presente una exploración “psico-cultural” que interesaba a Stendhal: a través de los personajes se expresa algo así como “el carácter emocional nacional” de cada país. El texto demuestra que hay una tensión psicoemocional entre la manera de ser alemana que tiene Mina y la manera de ser francesa que ella encuentra al introducirse en la aristocracia del país galo. Estas diferentes formas de ser de los europeos también es un tema que expone Dostoyevski en su novela “El jugador” (décadas más tarde, en 1867).
En otros cuentos como “Los Cenci” y “Victoria Accoramboni”, Stendhal está explorando el carácter y manera de ser de los italianos, y en “El arca y el aparecido” está pensando en el carácter y sentir de los españoles. A finales del siglo XVIII e inicios del XIX se empezaba a estudiar la influencia del medio, la tradición y las formas de gobierno sobre el carácter y “naturaleza” de los nacionales de un país, todo bajo una mirada nacionalista romántica que buscaba identificar la esencia de la herencia sociocultural y biológica en una nación. Al final del siglo XIX estas ideas confluyeron en un discurso evolucionista que sirvió de base para la radicalización de los nacionalismos y el racismo, ingredientes que se pueden ver en obras influyentes al final del siglo como La psicología de las masas de Gustave Le Bon.
Mina compra una propiedad cerca de las ruinas del castillo de Pierrefonds y frecuentando los bailes y encuentros que por allí tenían lugar conoce a Monsieur Alfredo Larçay y se enamora de él. “A Mina le sorprendió que un francés pudiera ser tan natural” (1970: 101), exento de la pequeña ironía francesa, de fracesillas y de “pequeños gestos que exige la elegancia”. El matrimonio Larçay viaja a Aix y bajo el disfraz de una doncella acompañante de una supuesta mujer acaudalada, Mina los sigue. Se cambia el nombre a Aniken y consigue infiltrarse como dama de servicio en la plantilla de sirvientes de los Larçay.
Todo indica que narrar estas locuras y dramas de la aristocracia era algo interesante para el público lector del mundo de Stendhal. Contenía cierto sensacionalismo. Que Mina de Vanghel se disfrazara así era una gran locura para una aristócrata alemana y que la descubrieran era una deshonra aún más grande. Y el desenlace del cuento comportaba algo aún más escandaloso: manipulando aquí y allá, Mina logra que Monsieur Larçay crea que su esposa le es infiel con otro. Autorizado por esta afrenta Alfredo, casado, le confiesa su gusto y amor a Mina y se van a Italia, a disfrutar de ellos mismos. Este encuentro tan prohibido y fruto de la manipulación de Mina resulta finalmente en tragedia: Ella confiesa a Alfredo, en medio del amor que se profesaban, que había arreglado todo para que su esposa pareciera infiel. Monsieur Larçay la aborrece por tal infamia y la deja. Mina no lo soporta y se suicida. He aquí un dilema ético que Stendhal resalta y tal vez involuntariamente, deja ver las consecuencias según el género, exponiendo la locura de Mina y lo insoportable de tal escena: ella se dispara un tiro en el corazón y él regresa con su esposa.